viernes, 30 de marzo de 2007

Paloma

Viene la paloma. Viene. Gravita. Oscila. Quiebra. Mis ojos, mis oídos leen una carta; viene la paloma: ésa. Las cosas se van en burbujas.
Las palomas vienen. Interrogan.

domingo, 25 de marzo de 2007

Gravitación

Víbora
deporte línea alerta
hablas
mascullas autobús experimental
de asientos estúpidos
escribir
lo que se venga a la cabeza
de ancestro perdido
de poema en salsa
de pendejadas
me explota el nervio computacional
qué putos los comentarios de mis poemas
qué putos todos los que me hablan
es que uno no se enamora
ni de caballos ni de animales alados
uno se enamora del ojo
de ese ojo de elefante tonto
tontote
ah, qué puta me he vuelto



deporte línea alerta
trenes y micro partículas
de una noche de central
me vale madres el metro
los zapatos azules
la cara del anhelo
estoy detenida
disuelta en las notas eléctricas
que también las luces extienden
desorbitadas en la música de los autos

me fijo en las paradojas de los letreros
de esta ciudad desierta que nunca me ha caído bien
me gusta su música estúpida
e inserto
en los edificios horribles
la sombra espectral de mi deseo
mi palabra tibia que detiene
lo que en mi cabeza
no encuentra un lugar apropiado
para quejarme o regocijarme
en todas esas cositas
que como fluvial
destrozan lo que alcanzo
con mi mezquino raciocinio


ah, qué puta me he vuelto
en el mal sentido del término
en la terminación nerviosa de
lo desconocido
en la música de alerta
en la culerez del clima
tengo unas amigas
¿las tengo?
están vestidas con sus zapatos azules
y en el metro
cómo duelen las noches
en que no te acuerdas
de todo lo bueno que nunca eres capaz de escribir. Dile a mi madre que se vaya a la mierda. A la poesía que ya no la quiero. Dile a mi revista que reviente e implote o no, y a mis maestros que soy profundamente infeliz. Hoy es un día suave. Uno de esos donde la cabeza se limpia sola, donde le dices esas cosas pequeñitas y sosas. Es domingo. Tengo. Tengo que hacer. Que ir. Que leer. Que escribir. Tengo que razonar y aplastar mi podrido corazón contra el concreto.

viernes, 16 de marzo de 2007

divagaciones

Las consideraciones que cualquier persona tiene sobre sí misma son, desgraciadamente, siempre dudosas. Al ser de esta manera, la posible consideración que podamos tener sobre un otro es, decididamente, atrozmente infiel con respecto a cualquier parámetro supuestamente "real". Hoy en día, el podernos separar de las cosas y personas a las cuales nos encontramos "afectivamente" ligados, es, sin duda, uno de nuestros supuestos más grandes asideros existenciales. Es evidente, sin embargo, o al menos así me lo parece, que lo que podríamos llamar "un contacto verdadero" y "auténtico" con el otro, es casi una imposibilidad –salvo, desde luego, sus notables excepciones-. Nos necesitamos los unos a los otros: es cierto, pero ¿cuán real es ese contacto? ¿Esa autenticidad? En fin..., ¿ese verdadero afecto?
Muchas veces el contacto con los otros, fuera del ejercicio impuesto por una moral que señaliza ciertas normas estándares de comportamiento, se traduce en el conocidísimo correlato sujeto-objeto, como simple objetivación del hecho de estar entre otros. A menudo, sin embargo, no concientizamos el hecho de formar parte de una colectividad. Las numerosas relaciones interpersonales están dominadas por ese desconocimiento de la otredad. No es una cuestión simple, ha sido abordada desde fenómenos culturales complejos y desde múltiples teorías psicológicas. Tampoco podemos asegurar que hoy es peor que ayer. Podemos, eso sí, relativizar el problema en múltiples temas muy precisos y vastos en su propia complejidad, por ejemplo, el amor, la amistad, etc. Me interesa, sin embargo, puntualizar que, en realidad, justamente es el cuestionamiento sobre lo auténtico y sobre el contacto, el que abre, al menos para mí, una brecha que habría que observar; y, más precisamente, una brecha que las personas observan desde sí mismas. Lejos de encerrar el problema en una cuestión puramente 'comunicativa', me resulta indispensable el planteo de la problemática en términos humanos. Son cuestiones que María Zambrano, Elías Canneti, Sigmund Freud, y casi todos los teóricos y escritores que conozco han planteado de una forma u otra. Desde el campo de la literatura, hasta la filosofía más racionalista, el 'otro' o la concepción de 'lo otro' permea sigilosa y a veces sin respuestas todo lo que se ha dicho ya. Pero poniéndonos en términos más terrenos diré que existe una voluntad hacia lo otro; que nosotros mismos nos dirigimos al otro en una inicial y 'salvaje' relación de necesidad. ¿Cómo se convierte esa mera y tosca necesidad en una dimensión afectiva -donde consecuentemente diríamos que existe el contacto y la autenticidad-? No hay una respuesta precisa para ello, y menos porque justamente allí, abrimos los parajes de una gama infinita de sentimientos humanos. Podemos decir, sin embargo, que lo importante es comenzar a pensar en ello: comenzar a pensar dónde se gesta esa afectividad y cómo podemos relacionarla con la autenticidad y el contacto con los otros.
Decididamente, al respecto, mi consideración empieza por mí, hacia mí, en un movimiento que, después, irradia hacia lo otro. Pero si yo empiezo a dudar de mí, esa duda se extiende negativa hacia el resto. La opacidad es una cuestión que se genera con ese velo que generamos los unos con los otros. La duda, el desconcierto, el miedo. Quizás y solamente a partir de la transparencia podamos tener un acercamiento distinto, de apertura, de movimiento hacia afuera y verdaderamente. Y quizás sólo así, comience a germinar la autoconsciencia de un otro a partir del yo. El estudioso francés Paul Ricoeur -como tantísimos otros-, siempre se complace en la afirmación -muy hermenéutica por cierto y desde luego-, que veo lo otro a través de mí; trasladado al campo de lo humano comprendemos un poco sobre lo mutable de la acción humana. Podemos ver la misma acción repetida una y mil veces en el otro, pero yo, nosotros, siempre estaremos en puntos bien distintos observándola como algo que, simplemente, cambia. A veces es un espejo, a veces es el miedo, otras lo extraño o lo incomprensible. Tal vez y al final, lo auténtico radique en esa visión que parte del yo hacia lo otro. La afectividad ya es cosa bien distinta; pero, de una forma u otra, al menos yo, la identifico con lo auténtico quizás justamente en un sentido de transparencia. Cierro: ¿es inaudita la transparencia en los senderos de la acción, en la contemplación del otro?

lunes, 5 de marzo de 2007

la experiencia del error

Estoy en un punto. De pie en un punto cualquiera. A mi alrededor hay una explanada donde el movimiento se dispersa atómico en múltiples direcciones. Si cambio mi posición, si camino, si volteo, si miro, el movimiento de todo lo otro se vuelve enteramente subjetivo. Los que se van alejando de mí están llegando a su vez a otro punto, los que vienen pronto se irán si vuelvo a moverme. La distancia entre los cuerpos es enteramente subjetiva; todo cambia en un instante: los colores, las formas, las personas. Hay, por consiguiente, un sólo instante presente: único, instantáneo, absurdo..., estúpido casi, que termina inmediatamente para dar cabida al siguiente y al siguiente (que todavía ¡no es un pasado total!), sino una suerte de presente prolongado, obtuso en su incensatez pero completamente verdadero y "único". Ese presente, irrepetible e irremediable a la vez, me hace canjear ángulos infinitos con todas las cosas que me rodean; la percepción alucinante en su seca e infranqueable verdad se inserta en lo que soy yo: aquí, por primera vez y desde siempre. En esta explanada que está diciendo todo lo que pudo decir, sólo cabe preguntar: ¿Estoy en una especie de ensueño? No, estoy haciendo el mundo inteligible.

(Este breve párrafo es parte del plagio al que diariamente acudimos para escribir. Véase a profundidad: Einstein, Husserl, Euclides, San Agustín... etc.)