miércoles, 21 de enero de 2009

ESCRIBIR (Trozos, 2008, versión 477-b)

(cont.)

...Y así como me reconozco en la música, también me reconozco en la imagen. Leo los siguientes poemas inspirados en cuadros del expresionismo.

(caballo rojo)

en un campo inmenso
de nieve
atraviesa un caballo rojo
las pendientes

azota su melena
de fuego
contra la nada

(caballo azul)

una llama infinita
de tristeza inhumana
enciende el caballo azul
en un círculo amarillo
perplejo ante sí mismo
por su asombrosa palidez



Imágenes festivas y gozos extraordinarios los de la escritura que toma de cuadros, de sonidos, de imágenes cinematográficas, su materia prima, que se hace sola mientras el que escribe está hipnotizado cuando el libro al lado, el cuadro en la memoria, o el sonido de algún animal, muy lejos o cerca, palpitan sobre las palabras para que ellas conjuren a la poesía y la detengan sobre la hoja que, por fin, ya está escrita.

Fragmento 4
Inspiración

Rodin les decía a sus discípulos que el artista que trabaja siempre está inspirado. La escritura es un oficio, entre más se escribe, más se aprende. El trabajo del escritor es infinito, en ello radica el cansancio y el agotamiento, pero a la vez el gozo; la escritura nunca es rutinaria, es oficiosa, que es muy distinto. Y en la oficiosidad, el poeta encuentra su voz, su “alma” y a la vez la fiesta que representa el trabajo cotidiano. Palpo, enceguecida, la materia oscura que me reclama. La poesía indefinida se hilvana trazo a trazo en el duro pero gratificante aprendizaje. Anularse. Dejarla ajena al sí mismo es el primer golpe que he recibido, pero a la vez, uno de los más grandes placeres que la escritura otorga. Lo que escribo ya no me pertenece. No somos nada, nunca hemos sido.

Fragmento 5
Amistad

Tal vez los que más sufran son los amigos de alguien que escribe. Son ellos, quizá, los hacedores del poema. El poeta lo expulsa, pero los amigos son quienes enfrentan la poesía con la otredad, con su silencio o contra su grito. Quien te lee ya es tu amigo, ha perpetrado contigo la intimidad de la escritura misma, la ha tomado para sí, ahora es suya, mía y tuya. O quizá neutra: un todo sin todos, un nadie sin alguien. Después de todo ¿no es con los amigos con los que se festeja incluso el dolor? Leo un poema de Cuerpo donde exalto la amistad como uno de los espacios más vastos del que la poesía bebe:

Partíamos el pan en casa. En la tuya y en la mía. La risa no era un demonio en nuestra contra. Era un espacio azul o pequeño, no importaba. Era una casa. Un territorio nuestro: apto al abandono, al exilio de los cuerpos.
No temíamos la ira que cabalgaba en los establecimientos rojos de los cuerpos sin ojos. Eran miradas, las sujeciones caricias entre nuestros cojines adoquinados por el reconfortante calor de los cuerpos. Abrazo en brasas. Partíamos el pan y éramos Otros, nosotros, libres o esclavos, desposeídos de la particularidad indivisa del yo que, por fin, ya nunca hablaba. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)

Poemas de la amistad, surgidos de ella, por ella, en ella. El siguiente poema surgió de una conversación “festiva”, repleta de bromas, de risa (la piel dorada del mundo) con un amigo y se escribió con los retazos de su habla; un habla compartida, como lo es la poesía, un espacio abierto de todos y de nadie:

Tú me dijiste que había que sacarse las agujas de los ojos y asistir al trueno
de lo que nunca será verdadero. Yo escribía sobre ventanas nubladas y absortas en el verde de la soledad herida. Me saqué las agujas de los ojos para verte: eras tan hermoso que dolías. Me sequé de las manos las heridas, los laberintos en blanco de las ventanas sin saltar y la debilidad de la demora. El cuerpo se extinguía sobre tu rostro, para siempre el mío pero sin mí, sin ningún poder entre nosotros: los Otros. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)

Considero que en lo anterior reside aquella angustia que Kafka evocaba cuando leyó, entre sus amigos, “La condena”, porque es en esa lectura compartida, cuando siente el profundo placer y el gozo de enfrentar lo literario al otro. En esa “desposesión”, el Afuera de la obra de Kafka encuentra su punto de fuga y su verdadera realización. Para mí, leer a mis amigos y ser leída por ellos es lo que me permite despojar a la literatura de mi yoicidad y dejarla poseer su gozoso afuera.


Fragmento 6
Pureza

La experiencia propia en torno a lo literario es, sin duda, un espacio de gozo. La literatura no sólo se relaciona con escribir sino también con leer. Al leer volvemos a escribir. Entre estas dos actividades, que acostumbramos a pensar separadamente, hay una unión intrínseca. Quien lee vuelve a escribir la obra, a someterla a su murmullo ausente, a su oscilación infinita y vasta en el tiempo detenido. En la poesía, la lectura en voz alta retorna al poema a su origen, allí donde éste se repliega de la cronología y se suspende en el aire para anularse. Quizá en la lectura en voz alta, es cuando la poesía alcanza la pureza al no estar mediatizada por ningún instrumento. En ella, el ritmo hace una fiesta entre los presentes, juguetea con el lenguaje, lo avienta como serpentinas o fuegos artificiales a los espectadores. Cuando Pura López Colomé lee sus poemas en voz alta, se cierran los ojos y se asiste a la voz lejana que invoca el ritmo, la cadencia armoniosa del sentido que, instantáneamente, se abre ante el escucha. Para evocar esta pureza y convocar a la poesía como Pura dice, voy a compartir algunos poemas, los más recientes que he escrito.

De Contramundos.


*

El aire de julio
es un animal feroz que se pasea
como un veneno.
Deja su estela gris
en la incomodidad de los nombres y
en la materia azul de la miseria.
El viento despega las hojas de
los cuadernos y las azota, impasible,
contra sí mismas.
Las palabras ríen o yo río
a carcajadas entre los pedazos
de mi nombre, de mi fracaso, de mi impaciencia.
Los trozos silenciosos del aire viajan,
mudos, terribles, azotándose.
Animal fragmentario que avienta sus pedazos
contra mi cuerpo. Cuerpo animal, aire animal:
ira terrible.


*
Era preciso el pensamiento de los lobos,
una armadura nuclear contra la desaparición.
Era razonable el virus sobre las palabras
cuando no te queda más, más que decirte.
Es razonable ser un despojo
un material en blanco
sin tierra ni memoria.
Es necesario creer que tenemos nombres,
que me distingue esto que hago delante del papel.
Es necesario creer que la vida, es esto que hago aquí
aullar contra mi muerte.
No vencerás el combate contra la muerte en tu eterna animalidad: aullando.
Contra/aúllar, contra mis sienes, hacia tu muerte.

Y, para terminar, para dejarlos con el sabor de la festividad poética, voy a leer dos poemas que me sumergen en el gozo y en la fiesta, pero también en el erotismo del lenguaje. Seguramente, no lo haré como lo harían sus autores, pero estoy convencida de que al leerlos los escribiré nuevamente, junto a ustedes, que pacientemente escuchan y convocan a la poesía que hoy, nos abre sus puertas.

(Ben Clark. Los hijos de los hijos de la ira)

Es cierto, el silencio se creó
el día en que ni tú ni yo escuchábamos,
un día que sin duda fue un domingo
-o un lunes, tanto da-
y comprábamos pollo
-siempre comprando pollo-
y en la cola dijiste exactamente
nada,
y yo en correspondencia contesté
precisamente nada,
y fue tanta la nada que hizo cola
que llegamos a casa y nos dijimos
nada, muy despacito,
para que se entendiera sin equívocos
que juntos inventamos el silencio.

Y que aparte del precio de un paquete
de arroz y de un cadáver macilento,
hacerlo no nos había costado
nada.



(Coral Bracho. El ser que va a morir)


”En la humedad cifrada”

Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila
de quien se impregna (de quien
emerge,
de quien se extiende saturado,
recorrido
de esperma) en la humedad
cifrada (suave oráculo espeso; templo)
en los limos, embalses tibios, deltas,
de su origen; bebo
(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas
lascivas –cieno bullente- landas)
los designios musgosos, tus savias densas
(parva de lianas ebrias) Huelo
en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,
en tus selvas untuosas,
las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;
(ábside fértil) Toco
en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros en tu fragua
envolvente: los indicios
(Abro
a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) Oigo
en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios
-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:
las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),
los hervideros.

1 comentario:

pk dijo...

qué buen escrito, carajo!
un beso