Ante la reciente situación de nuestro país y los comentarios y opiniones que cada uno de nosotros puede tener sobre nuestra "situación democrática", recojo a continuación las anotaciones de Alain Badieu sobre "las paradojas del voto". Más allá de la "postura" que el ciudadano tome por "convicción propia", es un tema que sin duda, debe ocuparnos. Aprovecho para recordar que las elecciones de diputados son fundamentales, pues en ello se juegan las leyes que nos rigen...
[...] las políticas que implican verdaderas decisiones, quiero decir, decisiones emancipadoras, son completamente ajenas al voto. [...] El voto es por principio contradictorio, así como lo es con toda idea contestataria o de emancipación. Les refiero al respecto una anécdota. Durante la fatal quincena en que el "facho" Le Pen aspiraba a la presidencia, los estudiantes de la Escuela de Artes Decorativas realizaron numerosos afiches demócratas, tal como sus gloriosos ancestros, en mayo del '68, habían realizado afiches revolucionarios. Los ancestros habían ilustrado el adagio "elecciones, trampa para tontos"; sus descendientes, el adagio "votar es maravilloso", o algo por el estilo. De lo cual se deduce que Heráclito tenía razón, nadie se baña dos veces en el mismo río. Diviso, colgado en la entrada de su escuela, un afiche en serigrafía verde (desde hace algún tiempo, el verde se usa más que el rojo) que proclamaba: "El voto en blanco ya no es contestatario". Interrogo a un grupo que rodeaba la obra maestra: "¿Pero no querrán decir que lo contestatario es votar a Chirac?" Me conceden que, en efecto, eso sería exagerado. "¿Menos aún por votar a Le Pen?" Me aseguran que eso es impensable: "Por lo tanto, digo, si ni votar a Le Pen, ni votar a Chirac, ni votar en blanco es contestatario, ustedes quieren decir, y deberían haberlo escrito: "votar ya no es contestatario." Sólo admiten a regañadientes aquello que creen que es mi conclusión. Pero prosigo: "¿Ustedes son demócratas?" Se sonríen de que yo haya podido pensar lo contrario. "¿Consideran, entonces, que votar es el mayor acto político, que no hay nada mejor que votar?" Me lo confirman con una pizca de suficiencia y, como dirigiéndose a alguien cuyo intelecto es perezoso, uno de ellos me explica que eso es precisamente lo que quisieron decir con su afiche. "Pero entonces, si votar es el Bien y votar ya no es contestatario, ¿lo contestatario es el Mal? ¿Eso es lo que quieren decir?" ¡No lo admitirán fácilmente! Sin embargo, eso es, lamentablemente, lo que querían decir. Ése era el contenido real de su emoción. Como decían los libertarios del siglo XIX: "Votar es abdicar". En la actualidad, diremos con mayor exactitud: Desear abdicar es votar.
ALAIN BADIEU. "Sobre la elección presidencial de abril/mayo de 2002" Circunstancias. Argentina, Libros del Zorzal, 2005.
domingo, 14 de junio de 2009
domingo, 7 de junio de 2009
FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO. ROLAND BARTHES.
[UN ESPLÉNDIDO LIBRO: Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso. México, Siglo XXI, 2001]
AUSENCIA. Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado -sean cuales fueren la causa y la duración- y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.
1. [...] no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo. El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje; es, por vocación, migratorio, huidizo; yo soy, yo que amo, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento, como un bulto en un rincón perdido en una estación. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se puedan permutar; es decir: "Soy menos amado de lo que amo."
FALTAS. En tal o cual ocasión ínfima de la vida cotidiana el sujeto cree haber faltado al ser amado y experimenta un sentimiento de culpabilidad.
3. Todo dolor, todo infortunio, subraya Nietzsche, han sido falsificados por una idea de culpa, de falta: "Frustrar el dolor de su inocencia" El amor-pasión (el discurso amoroso) sucumbe permanentemente a esta falsificación. Habría no obstante en este amor la posibilidad de un dolor inocente, de una desdicha inocente (si fuera fiel al puro Imaginario y no reprodujera en mí más que la díada infantil, el sufrimiento del niño separado de su madre); no pondría en tela de juicio, entonces, lo que me desgarra; podría incluso afirmar el sufrimiento. Tal sería la inocencia de la pasión: no ya del todo pureza, sino simplemente el rechazo de la Falta. El enamorado sería inocente como lo son los héroes de Sade. Desgraciadamente su sufrimiento es de ordinario aguijoneado por su doble, la Culpa: tengo miedo del otro "más que de mi padre."
AUSENCIA. Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado -sean cuales fueren la causa y la duración- y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.
1. [...] no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo. El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje; es, por vocación, migratorio, huidizo; yo soy, yo que amo, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento, como un bulto en un rincón perdido en una estación. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se puedan permutar; es decir: "Soy menos amado de lo que amo."
FALTAS. En tal o cual ocasión ínfima de la vida cotidiana el sujeto cree haber faltado al ser amado y experimenta un sentimiento de culpabilidad.
3. Todo dolor, todo infortunio, subraya Nietzsche, han sido falsificados por una idea de culpa, de falta: "Frustrar el dolor de su inocencia" El amor-pasión (el discurso amoroso) sucumbe permanentemente a esta falsificación. Habría no obstante en este amor la posibilidad de un dolor inocente, de una desdicha inocente (si fuera fiel al puro Imaginario y no reprodujera en mí más que la díada infantil, el sufrimiento del niño separado de su madre); no pondría en tela de juicio, entonces, lo que me desgarra; podría incluso afirmar el sufrimiento. Tal sería la inocencia de la pasión: no ya del todo pureza, sino simplemente el rechazo de la Falta. El enamorado sería inocente como lo son los héroes de Sade. Desgraciadamente su sufrimiento es de ordinario aguijoneado por su doble, la Culpa: tengo miedo del otro "más que de mi padre."
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