Las consideraciones que cualquier persona tiene sobre sí misma son, desgraciadamente, siempre dudosas. Al ser de esta manera, la posible consideración que podamos tener sobre un otro es, decididamente, atrozmente infiel con respecto a cualquier parámetro supuestamente "real". Hoy en día, el podernos separar de las cosas y personas a las cuales nos encontramos "afectivamente" ligados, es, sin duda, uno de nuestros supuestos más grandes asideros existenciales. Es evidente, sin embargo, o al menos así me lo parece, que lo que podríamos llamar "un contacto verdadero" y "auténtico" con el otro, es casi una imposibilidad –salvo, desde luego, sus notables excepciones-. Nos necesitamos los unos a los otros: es cierto, pero ¿cuán real es ese contacto? ¿Esa autenticidad? En fin..., ¿ese verdadero afecto?
Muchas veces el contacto con los otros, fuera del ejercicio impuesto por una moral que señaliza ciertas normas estándares de comportamiento, se traduce en el conocidísimo correlato sujeto-objeto, como simple objetivación del hecho de estar entre otros. A menudo, sin embargo, no concientizamos el hecho de formar parte de una colectividad. Las numerosas relaciones interpersonales están dominadas por ese desconocimiento de la otredad. No es una cuestión simple, ha sido abordada desde fenómenos culturales complejos y desde múltiples teorías psicológicas. Tampoco podemos asegurar que hoy es peor que ayer. Podemos, eso sí, relativizar el problema en múltiples temas muy precisos y vastos en su propia complejidad, por ejemplo, el amor, la amistad, etc. Me interesa, sin embargo, puntualizar que, en realidad, justamente es el cuestionamiento sobre lo auténtico y sobre el contacto, el que abre, al menos para mí, una brecha que habría que observar; y, más precisamente, una brecha que las personas observan desde sí mismas. Lejos de encerrar el problema en una cuestión puramente 'comunicativa', me resulta indispensable el planteo de la problemática en términos humanos. Son cuestiones que María Zambrano, Elías Canneti, Sigmund Freud, y casi todos los teóricos y escritores que conozco han planteado de una forma u otra. Desde el campo de la literatura, hasta la filosofía más racionalista, el 'otro' o la concepción de 'lo otro' permea sigilosa y a veces sin respuestas todo lo que se ha dicho ya. Pero poniéndonos en términos más terrenos diré que existe una voluntad hacia lo otro; que nosotros mismos nos dirigimos al otro en una inicial y 'salvaje' relación de necesidad. ¿Cómo se convierte esa mera y tosca necesidad en una dimensión afectiva -donde consecuentemente diríamos que existe el contacto y la autenticidad-? No hay una respuesta precisa para ello, y menos porque justamente allí, abrimos los parajes de una gama infinita de sentimientos humanos. Podemos decir, sin embargo, que lo importante es comenzar a pensar en ello: comenzar a pensar dónde se gesta esa afectividad y cómo podemos relacionarla con la autenticidad y el contacto con los otros.
Decididamente, al respecto, mi consideración empieza por mí, hacia mí, en un movimiento que, después, irradia hacia lo otro. Pero si yo empiezo a dudar de mí, esa duda se extiende negativa hacia el resto. La opacidad es una cuestión que se genera con ese velo que generamos los unos con los otros. La duda, el desconcierto, el miedo. Quizás y solamente a partir de la transparencia podamos tener un acercamiento distinto, de apertura, de movimiento hacia afuera y verdaderamente. Y quizás sólo así, comience a germinar la autoconsciencia de un otro a partir del yo. El estudioso francés Paul Ricoeur -como tantísimos otros-, siempre se complace en la afirmación -muy hermenéutica por cierto y desde luego-, que veo lo otro a través de mí; trasladado al campo de lo humano comprendemos un poco sobre lo mutable de la acción humana. Podemos ver la misma acción repetida una y mil veces en el otro, pero yo, nosotros, siempre estaremos en puntos bien distintos observándola como algo que, simplemente, cambia. A veces es un espejo, a veces es el miedo, otras lo extraño o lo incomprensible. Tal vez y al final, lo auténtico radique en esa visión que parte del yo hacia lo otro. La afectividad ya es cosa bien distinta; pero, de una forma u otra, al menos yo, la identifico con lo auténtico quizás justamente en un sentido de transparencia. Cierro: ¿es inaudita la transparencia en los senderos de la acción, en la contemplación del otro?
viernes, 16 de marzo de 2007
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