lunes, 30 de abril de 2007
El impostor
Amaneció con esos calambres extraños de cuando no se duerme. Me subí al automóvil, después de haber transitado el túnel yo sola. Estás junto a mí mirando; vamos juntos hacia donde y justamente saldrá el sol. Estoy segura que eres tú y no el otro. Pero tu voz suena distinto, como si, quebrada por el esfuerzo por haber caminado, por haber desbarrado en las aceras y por subir con ahínco la cuesta, las vocales se distendieran con estupidez de tu boca. ¿Por qué llueve tanto? Te pregunto azorada, más dormida que despierta, mirando hacia delante cómo el agua se estrella contra el suelo. Tú no dices nada; estás abstraído en tu ventana, pensando en mí y en la lluvia. ¿Cómo nos perdimos tanto? Porque desde que todo esto empezó, tú y yo, vamos con esa cuerda roja a algún sitio. Luego, la cuerda se rompió y fui a buscarte con otras personas, en otros carteles, en otras fiestas. En otras ciudades. Has regresado hasta mí, siempre con tu faro travieso que navega todos los mares. Estamos juntos. Atravesando esta lluvia que cae ruidosa, que atraviesa brillante; el camino carretera que implota ante su contacto. Qué dulce ha sido escucharte, después de tanto. Después de ese odio que minaba, que daba vueltas en nuestros eternos círculos. Ahora, siento el tibio enroscarse de la cuerda en mi cintura como un gato que duerme en mis piernas. Te miro, estás distinto. Tus ojos verdes tienen un estanque pequeñito en el centro. Agua, todo es agua. ¿Por qué llueve tanto? Te pregunto como si una sirena se estrellará en mis oídos destrozándolos. Mencionas tu cuento del encuentro. Citas párrafos enteros, lees de memoria; y encuentras cómo buscas, cómo te atormentaba encontrar, destrozar, destripar. Cierro los ojos, pero estoy manejando. –Pero, si estoy borracho, -dices fuertemente, con tu voz aguda. Te miro, eres tú. Una vez más y para siempre. Déjame ayudarte con tu mudanza. Déjame que prenda tu cigarro. Deja que te lleve hacia dónde voy, aunque aún no lo tengo claro. Déjame que recuerde cuando éramos niños y jugábamos a “perdernos en el caos, en las fronteras y en lo disuelto que era todo”. Recuerdo: cuando en el retiro corríamos entre los árboles viejos, cuando hablabas entusiasmado de tus sueños, de todas esas cosas; que me partían el corazón y lo reintegraban hacia nuestra historia. Una historia triste con sus grandes destellos. Un destino. Una cosa que pasa. Que pasa los conceptos, los consejos, las vibraciones de la tierra. Te espero desde siempre, desde verte, decías. Aún no dejan de palpitar tus palabras, las palabras que dejabas oscilar en nuestro péndulo, entre el dolor de tenernos o no. Escucharte, estamos juntos, vamos hacia el mismo lugar. Tenemos las mismas muertas, de un lado y del otro. No creo más esa sucia dialéctica del perdón. La dialéctica del perdón se convirtió en una del esfuerzo. Me calma, me calma escuchar tu voz suave, muy pero muy suave, en el teléfono, siempre es cálida; pase lo que pase, siempre lo es. Compartimos una historia, un destino en común. Te puedes ir, me puedo ir, pero la cuerda, el parque, las muertas: son de los dos. Amanece, estamos dormidos por no haber dormido, observamos el horizonte una vez que hemos llegado, hay ángeles en el cielo –si así llamamos a los rayos del sol que hacen brillar el concreto gris–, vamos caminando y oliendo la lluvia de esa mañana de encuentro. ¿A dónde vamos? ¿Estamos? Estamos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Después de ese odio que minaba, que daba vueltas en nuestros eternos círculos. Ahora, siento el tibio enroscarse de la cuerda en mi cintura como un gato que duerme en mis piernas. ¿Es acaso la llegada del perdón? O así empieza a sentirse el susurro del ya está olvidado: de nuevo hay calor, de nuevo hay un buen comienzo...
Te puedes ir, me puedo ir, pero la cuerda, el parque, las muertas: son de los dos. Nadie puede irse sin dejar un tercero en discordia, la profunda herida del ya no está, pero estuvo.
Ingrid, me ha encantado tu texto. Desde aquí, el impostor deja de ser un "im" y se convierte en un "postor" de vida, aquel que juega por todas y sin miedo a perder.
qué bonito comentario, mi querido gilmar, gracias. Tendría que acotar que me he dado cuenta de que el "perdón" puede ser una muy sucia palabra. Entre los seres humanos hay dialécticas del esfuerzo y del compromiso, es todo. Pero el 'perdón', el perdón puede convertirse en una actitud profundamente mezquina; en el intento desesperado por asir al otro tanto al otorgarle el perdón como al dárselo. Todos cometemos errores. Pero el ser humano es mudable; alguien me decía hace poco: "Ingrid, pero nadie cambia." Y me encuentro en total desacuerdo con eso; todos cambiamos, crecemos, maduramos o nos infantilizamos; ve a saber. La prueba más fehaciente me la ofrece la vida misma, cómo cambia, como muere en cada instante. En este sentido el error, todos esos errores que cometemos, mueren y se desvanecen en el tiempo. Me resulta inaudito encerrar a alguien en el error: en ése error. Porque el error es externo y porque adentro hay otra cosa. Bueno, cabría acotar que hablo del ser humano estándar y no de la maldad ni del mal, que ya es otra cosa.
Quizás lo central de todo es que, al final, es uno mismo quien ELIGE cómo llevarse con el error y sobrepasarlo. Cómo entonces haremos cuando volvamos a tropezar con él -que al final, quién sabe si de verdad es error-, y seguimos adelante. Sin ese "poder" del perdón que mutila, que nos hace sobrepasar al otro como si fuésemos superiores, como si pudiéramos cifrar sus designios. No sé... Confío en el esfuerzo, si se miran los esfuerzos y se contrastan con los propios es posible descubrir el amor entre paréntesis.
Besos y abrazos.
Publicar un comentario