a. Se recomienda que cuando un pensamiento obsesivo reclama nuestra atención, éste no debe abandonarse.
Hay que sumergirse en el pensamiento, una vez, otra. Estar enteramente en ese pensamiento. pensarlo hasta agotarlo, repitiéndolo una y otra vez, con todas y cada una de sus infinitas variantes.
(Últimamente me obsesiona una pequeña situación: por qué la persona F abordó un taxi de una manera rápida, extraña y no se despidió de mí. He desplegado todas las posibilidades, las variantes de la situación, lo más ínfimo en torno a ese minúsculo evento de corte insignificante. He imaginado, además, múltiples situaciones paralelas donde la persona F no aborda el taxi de esa manera tan..., brusca. Me encantaría observar en cámara lenta los recorridos precisos de la sangre de un cuerpo que instantáneamente toma una decisión. He revisado, con suma minuciosidad, todos aquellos pequeños actos en los cuales tomo una decisión apresurada, radical, inesperada. Quiero saber cuáles son los mecanismos que operan en esas irreflexivas situaciones, cuando se decide algo imprevisto. Asimismo, observé -con el mismo propósito- una colonia de hormigas. Destruí intencionalmente su camino y observé con sorpresa que la destrucción de su propio rastro, las desorienta de una manera fulminante. Sin embargo, advertí que los seres humanos, cuando tomamos un sendero completamente opuesto al trazado, en realidad, parecemos resguardarnos de cierto peligro.)
b. PELIGRO. Para RF los actos irreflexivos, que psicológicamente y de ordinario llamamos "impulsos", no son irreflexivos ni carecen de intención. Todo impulso, dice RF, tiene una razón de ser. ¿No existen los impulsos a secas? ¿NO EXISTEN? ¿No es la razón tratando de explicar justamente, el impulso, de dónde proviene, cuáles son sus consecuencias y sus consabidas causas? RF dijo: NO. NO EXISTEN. Y yo, pues claro, ahora me veo condenada a estar revisando con atención todos esos pequeños actos irreflexivos, pero que ahora, van cobrando un inesperado sentido y una singular lectura.
sábado, 5 de diciembre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
Tiempo
¿Qué clase de operación psíquica rige la vida del hombre cuando está sujeto a cambios? Los cambios son aquello que nos da la impresión de estar en un tiempo dinámico y múltiple. Sin los cambios, perecemos sumidos en la desesperante rutina que rige los días. Siempre es más cómodo aceptar el orden de las circunstancias con una heroica capacidad de adaptación. Estamos aquí, un poco dormidos, mirando el transcurrir sin afectarlo con el pensamiento. Los que decidimos pensar en el tiempo tenemos la batalla perdida, es posible que nuestras vidas sean un poco más tristes que aquellos que deciden no abandonarse a ese pensamiento. Puedo decir que desde hace tres años, el problema del tiempo es lo único que me preocupa. Lo he pensado, sobre todo, en relación con el arte. La cuestión es simple: el pensamiento del tiempo angustia porque nos recuerda en automático nuestra finitud. Entonces, personalmente, me he dedicado a pensar contra el tiempo. Mi pensamiento no es una rebelión. Es únicamente una búsqueda: pensar contra la sucesión quiere decir que no me resulta de todo lógica la forma en la que la sucesión ordena, regula y configura, sobre todo, la historia. La forma de relatar la historia y la manera en la que yo, como individuo y sujeto, me inserto en ella, me parece muy sospechosa porque he tenido otras experiencias en las que he podido percibir una ruptura del tiempo cronológico. Esas experiencias son muy concretas, en particular citaré una: una tarde en la que estaba fuera del país y miraba una escultura por la que tengo una inusitada afición. En aquel momento todo lo que pensaba sobre el tiempo se desmoronó y comprendí aquello que había leído en ciertos textos. Recordé también que esa sensación la había tenido en otras ocasiones: una vez al contemplar un río, otra, mirando los ojos de alguien que amé. También se había suscitado al contemplar ese recorrido del poeta en un estanque vacío y con una vela encendida en Nostalgia de Tarkovski. ¿Cuál era la sensación? La impresión de que todo quedaba reducido a un sólo instante y que en ese instante estaba lo absoluto, lo eterno y yo, por fin, era toda historia, todo hombre, todo gesto, toda paradoja, todo cambio y toda discontinuidad. Es extraño asir, a través de la experiencia, la contradicción del pensamiento, porque es posible que siempre la experiencia contradiga al pensamiento. Y, sin embargo, ha sido posible su eterna convivencia en el ser de Occidente.
Pese a que en este fragmento reduzco la problemática que me ocupa a someras observaciones, alcanzo a intuir ya lo que estos pensamientos me revelan, y ello es, justamente, que no se ha agotado ni su pensamiento ni su experiencia. Ambos sujetos a los cambios que mi propia reflexión vaya compendiando conforme aglutine saberes. Es todo. Mi tiempo no está agotado, sino sujeto a sus propios cambios.
Pese a que en este fragmento reduzco la problemática que me ocupa a someras observaciones, alcanzo a intuir ya lo que estos pensamientos me revelan, y ello es, justamente, que no se ha agotado ni su pensamiento ni su experiencia. Ambos sujetos a los cambios que mi propia reflexión vaya compendiando conforme aglutine saberes. Es todo. Mi tiempo no está agotado, sino sujeto a sus propios cambios.
sábado, 29 de agosto de 2009
lunes, 10 de agosto de 2009
La voluntad de poder
Enseño el no contra todo lo que debilita, contra todo lo que agota.
Enseño el sí hacia todo lo que fortalece, acumula fuerzas, justifica el sentimiento de la fuerza.
Hasta ahora no se enseñaron ni lo uno ni lo otro: se ha enseñado la virtud, el altruismo, la compasión, se ha enseñado incluso la negación de la vida. Todos estos son valores característicos de los agotados.
----------------------------------
Se ha considerado la vida como un castigo; la felicidad, como una tentación; la pasión como una realidad diabólica; la confianza en sí mismo, como algo totalmente impío.
En resumen: toda esta psicología es una psicología del obstáculo, una especie de amurallamiento por terror. Por una parte, la mayoría (los desheredados y los mediocres) se ponen en guardia permanente contra los más fuertes (tratando de destruirlos en su desarrollo); por otra, quieren santificar y reservarse únicamente los instintos que les hacen prosperar.
--------------------------------
Suele llamarse "inocencia" al estado de ignorancia; "bienaventuranza" al estado ideal de pereza; "amor" al estado ideal de bestia de rebaño que no quiere tener enemigo. De tal forma han elevado a ideal todo lo que rebaja al hombre y lo envilece.
--------------------------------
Para todos los hombres que han conservado el vigor y han permanecido cerca de la Naturaleza, el amor y el odio, la gratitud y la venganza, la bondad y la cólera, la acción afirmativa y la acción negativa, son inseparables. Se es bueno, si de alguna manera sabemos ser malos; se es malo, porque de otra forma no podríamos ser buenos. ¿De dónde procede, por tanto, ese estado enfermizo, esa ideología contranatura, que rechaza una doble tendencia, que enseña como virtud suprema no poseer más que un semivalor?
------------------------------
El arte y nada más que el arte. ¡Es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida! El arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad de negar la vida, es la fuerza anticristiana, la antibudística, la antinihilista por excelencia.
El arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad, que no solamente percibe el carácter terrible y enigmático de la existencia, sino que lo vive y lo desea vivir; del hombre trágico y guerrero, del héroe.
El arte es la redención del que sufre, como camino hacia estados de ánimo en que el sufrimiento es querido, transfigurado, divinizado: en que el sufrimiento es una forma del gran encanto.
NIETZSCHE
Enseño el sí hacia todo lo que fortalece, acumula fuerzas, justifica el sentimiento de la fuerza.
Hasta ahora no se enseñaron ni lo uno ni lo otro: se ha enseñado la virtud, el altruismo, la compasión, se ha enseñado incluso la negación de la vida. Todos estos son valores característicos de los agotados.
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Se ha considerado la vida como un castigo; la felicidad, como una tentación; la pasión como una realidad diabólica; la confianza en sí mismo, como algo totalmente impío.
En resumen: toda esta psicología es una psicología del obstáculo, una especie de amurallamiento por terror. Por una parte, la mayoría (los desheredados y los mediocres) se ponen en guardia permanente contra los más fuertes (tratando de destruirlos en su desarrollo); por otra, quieren santificar y reservarse únicamente los instintos que les hacen prosperar.
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Suele llamarse "inocencia" al estado de ignorancia; "bienaventuranza" al estado ideal de pereza; "amor" al estado ideal de bestia de rebaño que no quiere tener enemigo. De tal forma han elevado a ideal todo lo que rebaja al hombre y lo envilece.
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Para todos los hombres que han conservado el vigor y han permanecido cerca de la Naturaleza, el amor y el odio, la gratitud y la venganza, la bondad y la cólera, la acción afirmativa y la acción negativa, son inseparables. Se es bueno, si de alguna manera sabemos ser malos; se es malo, porque de otra forma no podríamos ser buenos. ¿De dónde procede, por tanto, ese estado enfermizo, esa ideología contranatura, que rechaza una doble tendencia, que enseña como virtud suprema no poseer más que un semivalor?
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El arte y nada más que el arte. ¡Es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida! El arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad de negar la vida, es la fuerza anticristiana, la antibudística, la antinihilista por excelencia.
El arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad, que no solamente percibe el carácter terrible y enigmático de la existencia, sino que lo vive y lo desea vivir; del hombre trágico y guerrero, del héroe.
El arte es la redención del que sufre, como camino hacia estados de ánimo en que el sufrimiento es querido, transfigurado, divinizado: en que el sufrimiento es una forma del gran encanto.
NIETZSCHE
sábado, 25 de julio de 2009
De "Serial de la mentira" en ESTOS SIGNOS
No debo decir nada para ser recordado,
nada sólido que permanezca.
Debo anular las palabras
y suprimirlas de toda música, de estos conciertos azules.
(No debo escribir nada para incidir en el tiempo marchito, extraña invención.)
(Debo dejar de escribir sobre Oaxaca, que se pierda en el laberinto de sus muertos, que se pierda en los ataúdes.)
No debo escribir para morir no basta.
No deber escribir para vivir
las inversiones de la suerte
del querer no vivir los fracasos
la impaciencia denuda, estas palabras.
Una especie socarrona de sexos viajantes
partículas mismícas, muónicas, mutables.
Debo no escribir/escribir mi singular desesperación
por hacer de esta cocina un sitio para hablar, para callarme.
nada sólido que permanezca.
Debo anular las palabras
y suprimirlas de toda música, de estos conciertos azules.
(No debo escribir nada para incidir en el tiempo marchito, extraña invención.)
(Debo dejar de escribir sobre Oaxaca, que se pierda en el laberinto de sus muertos, que se pierda en los ataúdes.)
No debo escribir para morir no basta.
No deber escribir para vivir
las inversiones de la suerte
del querer no vivir los fracasos
la impaciencia denuda, estas palabras.
Una especie socarrona de sexos viajantes
partículas mismícas, muónicas, mutables.
Debo no escribir/escribir mi singular desesperación
por hacer de esta cocina un sitio para hablar, para callarme.
miércoles, 8 de julio de 2009
Caleidoscopio (fragmentos)
Un límite preciso de figuras se deslizan por sus ojos, que en un nítido esquema de colores abren la pupila expectante, ajena al mundo, interesada únicamente en el juego del color y de la geometría. Un movimiento estático de la mano que gira detiene la sucesión de imágenes. El instante mudo denuncia la perplejidad ante la figura; un abigarramiento que mezcla el amarillo, el verde y el rojo de forma absoluta y crea una especie de hélice. Podría estar horas contemplando aquella virtualidad intocable, podría sentirse parte del hechizo luminoso que se regala a uno solo de sus ojos. Sin embargo, a fuerza de tratar de comprender, no el funcionamiento mismo del aparato y su sistema simple, sino el por qué no puede tocar la figura, gira la mano y revisa, meticulosa, la siguiente. El túnel de color se desvanece con el cansancio del ojo. El otro toma su posición y vuelve a realizar el rutinario ejercicio, escrutando cada una de las figuras, atrayendo hacia sí, con deleite, cada uno de los instantes de alegría que le regala el artefacto. Cuando ambos ojos se cansan, la mano gira rápidamente en un último recorrido siempre sorpresivo, aunque ya memorizado, y detiene el pensamiento para concentrar, en la infraestructura del ojo, toda la matemática que posee el organismo, en un débil intento por descubrir por qué los dedos no pueden palpar aquella estrella o cierta figura hexagonal.
[...]
Cuando Luz dejó su juguete predilecto, el gato descendía, escrupuloso, por el mismo camino que había tomado para subir. Transcurrió lento, deslizándose como una tela sobre las paredes. Ocupó un sitio para mirarla con sus ojos burlones. Desde el vidrio de la ventana lo contemplaba con claridad; estaba apostado como una esfinge retadora en el borde de piedra del barandal de la terraza. Luz no puede resistir la tentación de acercarse a él para escrutar, con satisfacción, que tiene heridas en el cuerpo por haber subido la enramada. Se sonríe ante la necedad del gato, que siempre lleva a cabo sus caprichos. Sin embargo, acercándose a él, constata que no se ha hecho daño, toma entonces con arrebato el cuerpo que finge estar inerte y lo lleva a un sillón; el gato se deja caer entre los cojines con pereza y la mira sarcástico. Ella se hinca y lo observa fijamente a la cara. La cara no le dice nada, pero los ojos, los ojos que se abren de pronto, verdes, redondos, exquisitos, le ofrecen unos prismas peculiares. Algo dentro del ojo, una almendra negra, se abre y cierra como si fuera el lente de una cámara. Luz penetra. En ese agujero que abre y cierra las puertas de un interior desconocido, en la ojiva rodeada de una masa verdosa que forma una canica de cristal, en esa sustancia que le muestra al animal por dentro: su frialdad matemática, su eterno misterio. Sin necesitar las palabras, asidero del hombre al mundo, Luz descubre el mensaje del gato, lo tiene preciso en la cabeza aunque carece de forma, aunque no tiene palabras...
[...]
[...]
Cuando Luz dejó su juguete predilecto, el gato descendía, escrupuloso, por el mismo camino que había tomado para subir. Transcurrió lento, deslizándose como una tela sobre las paredes. Ocupó un sitio para mirarla con sus ojos burlones. Desde el vidrio de la ventana lo contemplaba con claridad; estaba apostado como una esfinge retadora en el borde de piedra del barandal de la terraza. Luz no puede resistir la tentación de acercarse a él para escrutar, con satisfacción, que tiene heridas en el cuerpo por haber subido la enramada. Se sonríe ante la necedad del gato, que siempre lleva a cabo sus caprichos. Sin embargo, acercándose a él, constata que no se ha hecho daño, toma entonces con arrebato el cuerpo que finge estar inerte y lo lleva a un sillón; el gato se deja caer entre los cojines con pereza y la mira sarcástico. Ella se hinca y lo observa fijamente a la cara. La cara no le dice nada, pero los ojos, los ojos que se abren de pronto, verdes, redondos, exquisitos, le ofrecen unos prismas peculiares. Algo dentro del ojo, una almendra negra, se abre y cierra como si fuera el lente de una cámara. Luz penetra. En ese agujero que abre y cierra las puertas de un interior desconocido, en la ojiva rodeada de una masa verdosa que forma una canica de cristal, en esa sustancia que le muestra al animal por dentro: su frialdad matemática, su eterno misterio. Sin necesitar las palabras, asidero del hombre al mundo, Luz descubre el mensaje del gato, lo tiene preciso en la cabeza aunque carece de forma, aunque no tiene palabras...
[...]
domingo, 14 de junio de 2009
"Circunstancias"
Ante la reciente situación de nuestro país y los comentarios y opiniones que cada uno de nosotros puede tener sobre nuestra "situación democrática", recojo a continuación las anotaciones de Alain Badieu sobre "las paradojas del voto". Más allá de la "postura" que el ciudadano tome por "convicción propia", es un tema que sin duda, debe ocuparnos. Aprovecho para recordar que las elecciones de diputados son fundamentales, pues en ello se juegan las leyes que nos rigen...
[...] las políticas que implican verdaderas decisiones, quiero decir, decisiones emancipadoras, son completamente ajenas al voto. [...] El voto es por principio contradictorio, así como lo es con toda idea contestataria o de emancipación. Les refiero al respecto una anécdota. Durante la fatal quincena en que el "facho" Le Pen aspiraba a la presidencia, los estudiantes de la Escuela de Artes Decorativas realizaron numerosos afiches demócratas, tal como sus gloriosos ancestros, en mayo del '68, habían realizado afiches revolucionarios. Los ancestros habían ilustrado el adagio "elecciones, trampa para tontos"; sus descendientes, el adagio "votar es maravilloso", o algo por el estilo. De lo cual se deduce que Heráclito tenía razón, nadie se baña dos veces en el mismo río. Diviso, colgado en la entrada de su escuela, un afiche en serigrafía verde (desde hace algún tiempo, el verde se usa más que el rojo) que proclamaba: "El voto en blanco ya no es contestatario". Interrogo a un grupo que rodeaba la obra maestra: "¿Pero no querrán decir que lo contestatario es votar a Chirac?" Me conceden que, en efecto, eso sería exagerado. "¿Menos aún por votar a Le Pen?" Me aseguran que eso es impensable: "Por lo tanto, digo, si ni votar a Le Pen, ni votar a Chirac, ni votar en blanco es contestatario, ustedes quieren decir, y deberían haberlo escrito: "votar ya no es contestatario." Sólo admiten a regañadientes aquello que creen que es mi conclusión. Pero prosigo: "¿Ustedes son demócratas?" Se sonríen de que yo haya podido pensar lo contrario. "¿Consideran, entonces, que votar es el mayor acto político, que no hay nada mejor que votar?" Me lo confirman con una pizca de suficiencia y, como dirigiéndose a alguien cuyo intelecto es perezoso, uno de ellos me explica que eso es precisamente lo que quisieron decir con su afiche. "Pero entonces, si votar es el Bien y votar ya no es contestatario, ¿lo contestatario es el Mal? ¿Eso es lo que quieren decir?" ¡No lo admitirán fácilmente! Sin embargo, eso es, lamentablemente, lo que querían decir. Ése era el contenido real de su emoción. Como decían los libertarios del siglo XIX: "Votar es abdicar". En la actualidad, diremos con mayor exactitud: Desear abdicar es votar.
ALAIN BADIEU. "Sobre la elección presidencial de abril/mayo de 2002" Circunstancias. Argentina, Libros del Zorzal, 2005.
[...] las políticas que implican verdaderas decisiones, quiero decir, decisiones emancipadoras, son completamente ajenas al voto. [...] El voto es por principio contradictorio, así como lo es con toda idea contestataria o de emancipación. Les refiero al respecto una anécdota. Durante la fatal quincena en que el "facho" Le Pen aspiraba a la presidencia, los estudiantes de la Escuela de Artes Decorativas realizaron numerosos afiches demócratas, tal como sus gloriosos ancestros, en mayo del '68, habían realizado afiches revolucionarios. Los ancestros habían ilustrado el adagio "elecciones, trampa para tontos"; sus descendientes, el adagio "votar es maravilloso", o algo por el estilo. De lo cual se deduce que Heráclito tenía razón, nadie se baña dos veces en el mismo río. Diviso, colgado en la entrada de su escuela, un afiche en serigrafía verde (desde hace algún tiempo, el verde se usa más que el rojo) que proclamaba: "El voto en blanco ya no es contestatario". Interrogo a un grupo que rodeaba la obra maestra: "¿Pero no querrán decir que lo contestatario es votar a Chirac?" Me conceden que, en efecto, eso sería exagerado. "¿Menos aún por votar a Le Pen?" Me aseguran que eso es impensable: "Por lo tanto, digo, si ni votar a Le Pen, ni votar a Chirac, ni votar en blanco es contestatario, ustedes quieren decir, y deberían haberlo escrito: "votar ya no es contestatario." Sólo admiten a regañadientes aquello que creen que es mi conclusión. Pero prosigo: "¿Ustedes son demócratas?" Se sonríen de que yo haya podido pensar lo contrario. "¿Consideran, entonces, que votar es el mayor acto político, que no hay nada mejor que votar?" Me lo confirman con una pizca de suficiencia y, como dirigiéndose a alguien cuyo intelecto es perezoso, uno de ellos me explica que eso es precisamente lo que quisieron decir con su afiche. "Pero entonces, si votar es el Bien y votar ya no es contestatario, ¿lo contestatario es el Mal? ¿Eso es lo que quieren decir?" ¡No lo admitirán fácilmente! Sin embargo, eso es, lamentablemente, lo que querían decir. Ése era el contenido real de su emoción. Como decían los libertarios del siglo XIX: "Votar es abdicar". En la actualidad, diremos con mayor exactitud: Desear abdicar es votar.
ALAIN BADIEU. "Sobre la elección presidencial de abril/mayo de 2002" Circunstancias. Argentina, Libros del Zorzal, 2005.
domingo, 7 de junio de 2009
FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO. ROLAND BARTHES.
[UN ESPLÉNDIDO LIBRO: Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso. México, Siglo XXI, 2001]
AUSENCIA. Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado -sean cuales fueren la causa y la duración- y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.
1. [...] no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo. El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje; es, por vocación, migratorio, huidizo; yo soy, yo que amo, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento, como un bulto en un rincón perdido en una estación. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se puedan permutar; es decir: "Soy menos amado de lo que amo."
FALTAS. En tal o cual ocasión ínfima de la vida cotidiana el sujeto cree haber faltado al ser amado y experimenta un sentimiento de culpabilidad.
3. Todo dolor, todo infortunio, subraya Nietzsche, han sido falsificados por una idea de culpa, de falta: "Frustrar el dolor de su inocencia" El amor-pasión (el discurso amoroso) sucumbe permanentemente a esta falsificación. Habría no obstante en este amor la posibilidad de un dolor inocente, de una desdicha inocente (si fuera fiel al puro Imaginario y no reprodujera en mí más que la díada infantil, el sufrimiento del niño separado de su madre); no pondría en tela de juicio, entonces, lo que me desgarra; podría incluso afirmar el sufrimiento. Tal sería la inocencia de la pasión: no ya del todo pureza, sino simplemente el rechazo de la Falta. El enamorado sería inocente como lo son los héroes de Sade. Desgraciadamente su sufrimiento es de ordinario aguijoneado por su doble, la Culpa: tengo miedo del otro "más que de mi padre."
AUSENCIA. Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado -sean cuales fueren la causa y la duración- y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.
1. [...] no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo. El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje; es, por vocación, migratorio, huidizo; yo soy, yo que amo, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento, como un bulto en un rincón perdido en una estación. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se puedan permutar; es decir: "Soy menos amado de lo que amo."
FALTAS. En tal o cual ocasión ínfima de la vida cotidiana el sujeto cree haber faltado al ser amado y experimenta un sentimiento de culpabilidad.
3. Todo dolor, todo infortunio, subraya Nietzsche, han sido falsificados por una idea de culpa, de falta: "Frustrar el dolor de su inocencia" El amor-pasión (el discurso amoroso) sucumbe permanentemente a esta falsificación. Habría no obstante en este amor la posibilidad de un dolor inocente, de una desdicha inocente (si fuera fiel al puro Imaginario y no reprodujera en mí más que la díada infantil, el sufrimiento del niño separado de su madre); no pondría en tela de juicio, entonces, lo que me desgarra; podría incluso afirmar el sufrimiento. Tal sería la inocencia de la pasión: no ya del todo pureza, sino simplemente el rechazo de la Falta. El enamorado sería inocente como lo son los héroes de Sade. Desgraciadamente su sufrimiento es de ordinario aguijoneado por su doble, la Culpa: tengo miedo del otro "más que de mi padre."
domingo, 24 de mayo de 2009
De "El exilio de los gatos" en Contramundos
*
Son tristes los gatos, pero amagan su canto contra las puertas.
Quisieran dar un paso no más allá para entender el mundo,
pero bien comprenden el misterio de las flores,
los secretos de los árboles que mutan,
el silencio entre las redes de LO VIVO.
En sus ojos,
los cristales multicolores de la espera
aguardan más SECRETOS DOLOROSOS,
promesas vagas de asuntos inconclusos,
roturas milenarias,
trofeos del cansancio eterno.
La espera es una estancia amplia con muebles blancos en el centro.
*
La AMARGURA de las uñas abunda como la hidra en los terrenos baldíos.
Las uñas crecen como un campo magnético de agresión y defensiva.
Campo: espectro inmenso de fractales en los ojos.
Campo defensivo: gatos que saltan sobre sí mismos y nuestro CANSANCIO.
Campo negativo: los ojos de los gatos son la película de un hombre en llamas, que llena con sus gritos, una plaza agotada de PERSONAS SIN OJOS.
*
ABRE la boca y espera,
la continuidad y su combate,
LA BRÚJULA para la detención de todo ruido,
el cansancio por esperar lo que nunca viene.
Convertirse en gato.
ATRAPAR DE UN SALTO LO PERDIDO.
Tener por tentáculo la garra.
Amañar de azul una mirada en llamas.
Son tristes los gatos, pero amagan su canto contra las puertas.
Quisieran dar un paso no más allá para entender el mundo,
pero bien comprenden el misterio de las flores,
los secretos de los árboles que mutan,
el silencio entre las redes de LO VIVO.
En sus ojos,
los cristales multicolores de la espera
aguardan más SECRETOS DOLOROSOS,
promesas vagas de asuntos inconclusos,
roturas milenarias,
trofeos del cansancio eterno.
La espera es una estancia amplia con muebles blancos en el centro.
*
La AMARGURA de las uñas abunda como la hidra en los terrenos baldíos.
Las uñas crecen como un campo magnético de agresión y defensiva.
Campo: espectro inmenso de fractales en los ojos.
Campo defensivo: gatos que saltan sobre sí mismos y nuestro CANSANCIO.
Campo negativo: los ojos de los gatos son la película de un hombre en llamas, que llena con sus gritos, una plaza agotada de PERSONAS SIN OJOS.
*
ABRE la boca y espera,
la continuidad y su combate,
LA BRÚJULA para la detención de todo ruido,
el cansancio por esperar lo que nunca viene.
Convertirse en gato.
ATRAPAR DE UN SALTO LO PERDIDO.
Tener por tentáculo la garra.
Amañar de azul una mirada en llamas.
sábado, 9 de mayo de 2009
Así quedó
Camilla 1342
Ingrid Solana
*
Por principio tenía que comerme el taco. Estaba mirando las escasas personas con cubrebocas que coloreaban las calles vacías: todas azules. Más disfrazadas que antes. Me preguntaba por el camuflaje, también por las cucarachas. ¿Dónde estarían ahora? Camine y me detuve frente al cerdo. Lo miré atentamente, con esas costras de grasa suculenta quemadas por el fuego. Por principio tenía que comerme un taco. El halo a formol que impregnaba el ambiente viciado de la calle sucia, me dio escalofríos: llevaba tres semanas con tos. Tenía que comerme aquel taco. Su insalubridad repentina, de la cual cobré conciencia mientras miraba la suculenta pierna colgada, girando entre las llamas, me llamaba con insistencia. Pedí 5 tacos y me los tragué con ansiedad, casi sin masticar. Luego, me senté en la hilera de personas afiebradas en la farmacia de junto que esperaban por su consulta médica de 30 pesos. Una mujer me preguntó si estaba enfermo, le dije que no, que sólo descansaba por mi ingestión de tacos al pastor, pero que si podían revisarme estaba muy bien, ya que la tos me impedía dormir. La mujer me miró desconcertada; en realidad mi imagen no era muy buena, mi abrigo le habrá parecido un signo de mi inmundicia, con este calor de 35 grados y lo suficientemente sucio. A la vez, sudaba y mi aspecto facial tampoco era del todo "saludable"; la barba crecida, el hedor en las axilas, en fin, todos los síntomas de un enfermo. Me miré en el espejo que se encontraba a mis espaldas, mientras los pacientes en espera me observaban con franco terror. Sonreí malignamente ante la torva imagen que me devolvía el vidrio empañado con el aliento de los otros enfermos. Ciertamente, mi aspecto era deleznable. Me harté de esperar. Caminé sin dirección disfrutando el horizonte vacío. En la esquina lo encontré: un hospital magnífico. La gente se agolpaba contra las rejas. Había un sinfín de ambulancias ingresando contagiados. Los médicos con sus trajes anti-epidémicos hacían señales a las enfermeras que encaminaban a los pacientes a la rutinaria revisión. Penetré en el bullicio trágico y logré entrar a la zona de urgencias. En el primer pabellón, los infectados. Caminé entre las camillas con aire de autosuficiencia y me detuve frente a la de un joven de 23 años, tenía la cara amoratada y junto a sus lívidos brazos un ejemplar de La muerte en Venecia, esto me pareció sumamente curioso, así que me senté junto al enfermo y comencé a hojear el libro. Después de mi desordenada lectura, tuve el impulso de tocarle la frente, el enfermo entreabrió los ojos y me miró aterrorizado. Estaba en ello, cuando una enfermera con traje de astronauta me gritó desde la puerta: Oiga, no puede estar aquí. Mi primera reacción fue echarme a correr; salí del hospital con la idea fija de que esos hijos de puta me buscarían hasta ingresarme. Corrí unas cinco cuadras cuando caí en la cuenta de haberme llevado el libro. Ahora tendría que regresar.
*
Bote 1: material reciclado
Bote 2: material metálico
Bote 3: Deposite aquí su cubrebocas. NO TIRE NINGÚN OTRO MATERIAL.
Las yemas de mis dedos están sucias, miro mis uñas ennegrecidas y siento náuseas. Me quito el abrigo. Lo deposito en “material metálico”. Caigo en la cuenta de no haberla visto desde hace varios días. ¿Qué es de ti, pequeña Lucía, pequeña puta enferma? Miro el contenido de “material reciclado”; por error han tirado en él, colillas de cigarro. Coloco mis manos alrededor del bote y meto la cabeza: material basura, reciclado infernal de porquería, cáscaras de plátano en des-com-po-si-ción, también han errado el blanco y hay un par de jeringas. ¿De dónde salen tantos residuos quirúrgicos?, me pregunto estúpidamente, mientras aplasto con mi mano izquierda el contenido del bote hacia adentro, hundiendo mis dedos en la negrura; la mano derecha aprieta La muerte en Venecia con rabia. A lo lejos las escucho: aúllan, una tras otra, otra más. Llevan otros contagiados, algunos de ellos han adquirido la peste por respirar hondo un par de veces o por saludarse de beso, dulce Lucía, pequeña puta. Salgo del bote. Camino un par de cuadras ya sin abrigo. Tengo entre los labios el sabor de la piña podrida de los tacos, tengo en la nariz este olor a formol y a cloro: este aroma de atrofia, de jeringa, de residuo colilla, de sangre vuelta coágulo.
Las personas están atrincheradas en sus ventanas, puedo percibirlas, mirando en la virilla de su minúscula ventana antiviral. Están amagando sus diminutos progresos sanitarios como abejas: construyendo la miel de los días renovados, cuando todo esto se acabe..., cuando no seamos más que... Jeringa, cubreboca, vacío, sustancia espectral vestida de blanco. Traje epidémico a la moda... Consulta treinta pesos. Pierna de cerdo entre las llamas. Clorofila humana contra los puercos insalubres y las putas infectas.
*
Los negocios pequeños han cerrado, excepto las fruterías de Héroes del 47. No hay clientes sino moscas alrededor de las frutas fuera de temporada. Nada parece estar en temporada en estos días. Todos los comercios están cerrados excepto las farmacias y los supermercados. Las personas no pueden vivir sin el supermercado, comen cosas fuera de temporada: latas. El incremento de las latas por estos días es indispensable: material metálico. Las sirenas suenan intermitentes a lo largo del día mezclando su terror con el del vacío de la ciudad y su agonía. Cuánta libertad en estas calles sin gente, pienso reconfortado y emprendo el regreso al hospital para devolver el libro. Me detengo frente a un puesto de fruta. La fruta se derrite en el calor, tomo un durazno y lo muerdo. El sabor del durazno me recuerda que estoy bajo el sol y un ataque de tos me hace soltar la fruta y tirarla en medio de la calle. El vendedor de las frutas me mira asqueado, ¿es posible que tenga tanto odio hacia mi inmunda presencia? Extiendo la mano con las monedas para pagar, pero el hombre las rechaza, balbucea algo furioso y se mete al agujero de su tienda podrida.
*
Regreso. Si te encontrara ahora, justo ahora, en medio de este vacío, correría hasta abrazarte y meter mi lengua en tu garganta, puta imbécil. Camino acelerando, algunos automóviles salpican con su ruido esta suciedad mezquina y ya puedo sentir los gérmenes adentro de mi cuerpo, re-pro-du-cién-do-se. Tragándose mis intestinos, mis pulmones y mis glándulas. El hospital permanece mortecino bajo la luz de las cinco de la tarde. Todo esto me parece sumamente extraño: lo camuflado en otra cosa que ya había visto antes. Esto lo he vivido antes, pienso angustiado. Me quito los zapatos y siento al suelo contaminado picar mis pies. Hace, en efecto, mucho calor. A media cuadra del hospital, me quito la ropa para ayudar a los médicos a la desinfección. Zona de urgencias. Una cadena de médicos buitres me impiden entrar. Envueltos en sus trajes blancos me sujetan los brazos. En el camino, he perdido, tirado y olvidado La muerte en Venecia, ahora me será imposible volverte a ver, camilla 1342. Soy un jodido loco y estoy enfermo. También tengo mucho calor y estoy desnudo, hijos de puta. Las enfermeras me clavan las agujas en el brazo derecho y entonces te recuerdo, Lucía, muy extraña, muy lejana, así como te decían tus ojos, estúpida puta.
Ingrid Solana
*
Por principio tenía que comerme el taco. Estaba mirando las escasas personas con cubrebocas que coloreaban las calles vacías: todas azules. Más disfrazadas que antes. Me preguntaba por el camuflaje, también por las cucarachas. ¿Dónde estarían ahora? Camine y me detuve frente al cerdo. Lo miré atentamente, con esas costras de grasa suculenta quemadas por el fuego. Por principio tenía que comerme un taco. El halo a formol que impregnaba el ambiente viciado de la calle sucia, me dio escalofríos: llevaba tres semanas con tos. Tenía que comerme aquel taco. Su insalubridad repentina, de la cual cobré conciencia mientras miraba la suculenta pierna colgada, girando entre las llamas, me llamaba con insistencia. Pedí 5 tacos y me los tragué con ansiedad, casi sin masticar. Luego, me senté en la hilera de personas afiebradas en la farmacia de junto que esperaban por su consulta médica de 30 pesos. Una mujer me preguntó si estaba enfermo, le dije que no, que sólo descansaba por mi ingestión de tacos al pastor, pero que si podían revisarme estaba muy bien, ya que la tos me impedía dormir. La mujer me miró desconcertada; en realidad mi imagen no era muy buena, mi abrigo le habrá parecido un signo de mi inmundicia, con este calor de 35 grados y lo suficientemente sucio. A la vez, sudaba y mi aspecto facial tampoco era del todo "saludable"; la barba crecida, el hedor en las axilas, en fin, todos los síntomas de un enfermo. Me miré en el espejo que se encontraba a mis espaldas, mientras los pacientes en espera me observaban con franco terror. Sonreí malignamente ante la torva imagen que me devolvía el vidrio empañado con el aliento de los otros enfermos. Ciertamente, mi aspecto era deleznable. Me harté de esperar. Caminé sin dirección disfrutando el horizonte vacío. En la esquina lo encontré: un hospital magnífico. La gente se agolpaba contra las rejas. Había un sinfín de ambulancias ingresando contagiados. Los médicos con sus trajes anti-epidémicos hacían señales a las enfermeras que encaminaban a los pacientes a la rutinaria revisión. Penetré en el bullicio trágico y logré entrar a la zona de urgencias. En el primer pabellón, los infectados. Caminé entre las camillas con aire de autosuficiencia y me detuve frente a la de un joven de 23 años, tenía la cara amoratada y junto a sus lívidos brazos un ejemplar de La muerte en Venecia, esto me pareció sumamente curioso, así que me senté junto al enfermo y comencé a hojear el libro. Después de mi desordenada lectura, tuve el impulso de tocarle la frente, el enfermo entreabrió los ojos y me miró aterrorizado. Estaba en ello, cuando una enfermera con traje de astronauta me gritó desde la puerta: Oiga, no puede estar aquí. Mi primera reacción fue echarme a correr; salí del hospital con la idea fija de que esos hijos de puta me buscarían hasta ingresarme. Corrí unas cinco cuadras cuando caí en la cuenta de haberme llevado el libro. Ahora tendría que regresar.
*
Bote 1: material reciclado
Bote 2: material metálico
Bote 3: Deposite aquí su cubrebocas. NO TIRE NINGÚN OTRO MATERIAL.
Las yemas de mis dedos están sucias, miro mis uñas ennegrecidas y siento náuseas. Me quito el abrigo. Lo deposito en “material metálico”. Caigo en la cuenta de no haberla visto desde hace varios días. ¿Qué es de ti, pequeña Lucía, pequeña puta enferma? Miro el contenido de “material reciclado”; por error han tirado en él, colillas de cigarro. Coloco mis manos alrededor del bote y meto la cabeza: material basura, reciclado infernal de porquería, cáscaras de plátano en des-com-po-si-ción, también han errado el blanco y hay un par de jeringas. ¿De dónde salen tantos residuos quirúrgicos?, me pregunto estúpidamente, mientras aplasto con mi mano izquierda el contenido del bote hacia adentro, hundiendo mis dedos en la negrura; la mano derecha aprieta La muerte en Venecia con rabia. A lo lejos las escucho: aúllan, una tras otra, otra más. Llevan otros contagiados, algunos de ellos han adquirido la peste por respirar hondo un par de veces o por saludarse de beso, dulce Lucía, pequeña puta. Salgo del bote. Camino un par de cuadras ya sin abrigo. Tengo entre los labios el sabor de la piña podrida de los tacos, tengo en la nariz este olor a formol y a cloro: este aroma de atrofia, de jeringa, de residuo colilla, de sangre vuelta coágulo.
Las personas están atrincheradas en sus ventanas, puedo percibirlas, mirando en la virilla de su minúscula ventana antiviral. Están amagando sus diminutos progresos sanitarios como abejas: construyendo la miel de los días renovados, cuando todo esto se acabe..., cuando no seamos más que... Jeringa, cubreboca, vacío, sustancia espectral vestida de blanco. Traje epidémico a la moda... Consulta treinta pesos. Pierna de cerdo entre las llamas. Clorofila humana contra los puercos insalubres y las putas infectas.
*
Los negocios pequeños han cerrado, excepto las fruterías de Héroes del 47. No hay clientes sino moscas alrededor de las frutas fuera de temporada. Nada parece estar en temporada en estos días. Todos los comercios están cerrados excepto las farmacias y los supermercados. Las personas no pueden vivir sin el supermercado, comen cosas fuera de temporada: latas. El incremento de las latas por estos días es indispensable: material metálico. Las sirenas suenan intermitentes a lo largo del día mezclando su terror con el del vacío de la ciudad y su agonía. Cuánta libertad en estas calles sin gente, pienso reconfortado y emprendo el regreso al hospital para devolver el libro. Me detengo frente a un puesto de fruta. La fruta se derrite en el calor, tomo un durazno y lo muerdo. El sabor del durazno me recuerda que estoy bajo el sol y un ataque de tos me hace soltar la fruta y tirarla en medio de la calle. El vendedor de las frutas me mira asqueado, ¿es posible que tenga tanto odio hacia mi inmunda presencia? Extiendo la mano con las monedas para pagar, pero el hombre las rechaza, balbucea algo furioso y se mete al agujero de su tienda podrida.
*
Regreso. Si te encontrara ahora, justo ahora, en medio de este vacío, correría hasta abrazarte y meter mi lengua en tu garganta, puta imbécil. Camino acelerando, algunos automóviles salpican con su ruido esta suciedad mezquina y ya puedo sentir los gérmenes adentro de mi cuerpo, re-pro-du-cién-do-se. Tragándose mis intestinos, mis pulmones y mis glándulas. El hospital permanece mortecino bajo la luz de las cinco de la tarde. Todo esto me parece sumamente extraño: lo camuflado en otra cosa que ya había visto antes. Esto lo he vivido antes, pienso angustiado. Me quito los zapatos y siento al suelo contaminado picar mis pies. Hace, en efecto, mucho calor. A media cuadra del hospital, me quito la ropa para ayudar a los médicos a la desinfección. Zona de urgencias. Una cadena de médicos buitres me impiden entrar. Envueltos en sus trajes blancos me sujetan los brazos. En el camino, he perdido, tirado y olvidado La muerte en Venecia, ahora me será imposible volverte a ver, camilla 1342. Soy un jodido loco y estoy enfermo. También tengo mucho calor y estoy desnudo, hijos de puta. Las enfermeras me clavan las agujas en el brazo derecho y entonces te recuerdo, Lucía, muy extraña, muy lejana, así como te decían tus ojos, estúpida puta.
martes, 5 de mayo de 2009
Diario suicida I (pedazos)
I.
[...] Por principio tenía que comerme el taco. Estaba mirando a las escasas personas con cubrebocas que coloreaban las calles vacías: todas azules. Más disfrazadas que antes. Me preguntaba por el camuflaje, también por las cucarachas. ¿Dónde estarían ahora? Camine y me detuve frente al cerdo. Lo miré atentamente, con esas costras de grasa suculenta quemadas por el fuego. Por principio tenía que comerme un taco. Un halo a formol que impregnaba el ambiente viciado de la calle sucia, me dio escalofríos: llevaba tres semanas con tos. Tenía, forzosamente que comerme aquel taco. Su insalubridad repentina, de la cual cobré conciencia mientras miraba la suculenta pierna colgada, girando entre las llamas, me llamaba con insistencia. Pedí 5 tacos y me los tragué con ansiedad, casi sin masticar. Luego, me senté en la hilera de personas afiebradas en la farmacia de junto que esperaban por su consulta médica de 30 pesos. Una mujer me preguntó si estaba enfermo, le dije que no, que sólo descansaba por mi ingestión de tacos al pastor, pero que si podían revisarme estaba muy bien, ya que la tos me impedía dormir. La mujer me miró desconcertada, en realidad, mi imagen no era muy buena, mi abrigo le habrá parecido un signo de mi inmundicia, con este calor de 35 grados y con un abrigo invernal y lo suficientemente sucio. A la vez, sudaba y mi aspecto facial tampoco era del todo "saludable"; la barba crecida, el hedor en las axilas, en fin..., todos los síntomas de un enfermo. Me miré en el espejo que se encontraba a mis espaldas, mientras los pacientes en espera me observaban con franco terror. Sonreí malignamente ante la torva imagen que me devolvía el vidrio empañado con el aliento de los otros enfermos. Ciertamente, mi aspecto era deleznable. Me harté de esperar. Caminé sin dirección disfrutando el horizonte vacío. En la esquina lo encontré: un hospital magnífico. La gente se agolpaba contra las rejas. Había un sinfín de ambulancias ingresando contagiados. Los médicos con sus trajes anti-epidémicos hacían señales a las enfermeras que encaminaban a los pacientes a la rutinaria revisión. Me escabullí en el bullicio trágico y logré entrar a la zona de urgencias. En el primer pabellón, los infectados. Caminé entre las camillas con aire de autosuficiencia y me detuve frente a la de un joven de 23 años, tenía la cara amoratada y junto a sus lívidos brazos un ejemplar de La muerte en Venecia, esto me pareció altamente curioso, así que me senté junto al enfermo y comencé a hojear el libro. Después de mi revisión, tuve el impulso de tocarle la frente, el enfermo entreabrió los ojos y me miró aterrorizado, estaba en ello, cuando una enfermera con traje de astronauta me gritó desde la puerta: Oiga, no puede estar aquí. Mi primera reacción fue echarme a correr, salí del hospital con la idea fija de que esos hijos de puta me buscarían hasta ingresarme. Corrí unas cinco cuadras cuando caí en la cuenta de haberme llevado el libro. Ahora tendría que regresar...
[...] Por principio tenía que comerme el taco. Estaba mirando a las escasas personas con cubrebocas que coloreaban las calles vacías: todas azules. Más disfrazadas que antes. Me preguntaba por el camuflaje, también por las cucarachas. ¿Dónde estarían ahora? Camine y me detuve frente al cerdo. Lo miré atentamente, con esas costras de grasa suculenta quemadas por el fuego. Por principio tenía que comerme un taco. Un halo a formol que impregnaba el ambiente viciado de la calle sucia, me dio escalofríos: llevaba tres semanas con tos. Tenía, forzosamente que comerme aquel taco. Su insalubridad repentina, de la cual cobré conciencia mientras miraba la suculenta pierna colgada, girando entre las llamas, me llamaba con insistencia. Pedí 5 tacos y me los tragué con ansiedad, casi sin masticar. Luego, me senté en la hilera de personas afiebradas en la farmacia de junto que esperaban por su consulta médica de 30 pesos. Una mujer me preguntó si estaba enfermo, le dije que no, que sólo descansaba por mi ingestión de tacos al pastor, pero que si podían revisarme estaba muy bien, ya que la tos me impedía dormir. La mujer me miró desconcertada, en realidad, mi imagen no era muy buena, mi abrigo le habrá parecido un signo de mi inmundicia, con este calor de 35 grados y con un abrigo invernal y lo suficientemente sucio. A la vez, sudaba y mi aspecto facial tampoco era del todo "saludable"; la barba crecida, el hedor en las axilas, en fin..., todos los síntomas de un enfermo. Me miré en el espejo que se encontraba a mis espaldas, mientras los pacientes en espera me observaban con franco terror. Sonreí malignamente ante la torva imagen que me devolvía el vidrio empañado con el aliento de los otros enfermos. Ciertamente, mi aspecto era deleznable. Me harté de esperar. Caminé sin dirección disfrutando el horizonte vacío. En la esquina lo encontré: un hospital magnífico. La gente se agolpaba contra las rejas. Había un sinfín de ambulancias ingresando contagiados. Los médicos con sus trajes anti-epidémicos hacían señales a las enfermeras que encaminaban a los pacientes a la rutinaria revisión. Me escabullí en el bullicio trágico y logré entrar a la zona de urgencias. En el primer pabellón, los infectados. Caminé entre las camillas con aire de autosuficiencia y me detuve frente a la de un joven de 23 años, tenía la cara amoratada y junto a sus lívidos brazos un ejemplar de La muerte en Venecia, esto me pareció altamente curioso, así que me senté junto al enfermo y comencé a hojear el libro. Después de mi revisión, tuve el impulso de tocarle la frente, el enfermo entreabrió los ojos y me miró aterrorizado, estaba en ello, cuando una enfermera con traje de astronauta me gritó desde la puerta: Oiga, no puede estar aquí. Mi primera reacción fue echarme a correr, salí del hospital con la idea fija de que esos hijos de puta me buscarían hasta ingresarme. Corrí unas cinco cuadras cuando caí en la cuenta de haberme llevado el libro. Ahora tendría que regresar...
domingo, 12 de abril de 2009
Giran los segundos
eternos
unos detrás de otros
sucesivos.
La ventana marca las seis de la tarde.
Las violetas caen sobre las piedras
eternas
unas detrás de otras
sucesivas.
Escucho un piano dentro de mis oídos, la puerta de mis vecinos que tiembla.
Escucho los sonidos del mundo alrededor de mi cuerpo inmóvil.
Palpo
el silencio rojizo de esta habitación calmada.
Respiro
los gestos del escritorio amueblado por los lirios.
Alguien muere justo ahora,
mientras el sol delicado se esconde entre los árboles.
Se dilata el tiempo en estas horas silenciosas.
eternos
unos detrás de otros
sucesivos.
La ventana marca las seis de la tarde.
Las violetas caen sobre las piedras
eternas
unas detrás de otras
sucesivas.
Escucho un piano dentro de mis oídos, la puerta de mis vecinos que tiembla.
Escucho los sonidos del mundo alrededor de mi cuerpo inmóvil.
Palpo
el silencio rojizo de esta habitación calmada.
Respiro
los gestos del escritorio amueblado por los lirios.
Alguien muere justo ahora,
mientras el sol delicado se esconde entre los árboles.
Se dilata el tiempo en estas horas silenciosas.
sábado, 4 de abril de 2009
Día uno
Resistir
1.
Unas tijeras sobre el escritorio, un pisapapeles, un lápiz. Los cuadernillos enfrente. Leo. Inscripciones de números enfilados en mi contra. La puta gorda bebe un refresco amarillo y aumenta su grasa corpórea. El imbécil está buscando cómo ascender y ganar más dinero.
Salgo.
Los árboles son cómplices de estas ruinas.
2.
Tienes una palabra al frente: "ausencia". Esta palabra rebota contra las esquinas de la página escrita. Se avienta rutinaria contra su mismidad y su sisma. La repito silenciosamente, alienada a la pared sucia de un espacio pequeño. ¿Por qué estoy aquí? Pienso con asombro; tal vez no esté aquí y no me había dado cuenta. Tomo el lápiz. Escribo en letras mayúsculas, abarcando toda la página blanca: AUSENCIA. Recuerdo tu rostro: es una imagen rápida, de esas que pasan como la fuga de las gaviotas en el mar. También recuerdo tu risa: amplia sobre la hoja en blanco con la palabra "ausencia", difusa entre los restos lapidarios sin la precisión de los nombres. Tus ojos verdes en la profundidad de estas dolencias matutinas, con su brillo espectral en clave refugio, al amparo de mi pensamiento esquizo.
3.
Alguien se levanta. Camina hacia la puerta. La puerta está cerrada. Cruje al abrirse. Me detengo ante la puerta, pero permanezco sin abrirla. Afuera, ¿quién está afuera?
4.
destruir para silenciar. para quitarte de los dedos la sangre y el dolor. destruir para comenzar. para que la tristeza, la nostalgia de perder, de tener, no sea más que tú aquí, entre los muertos...
1.
Unas tijeras sobre el escritorio, un pisapapeles, un lápiz. Los cuadernillos enfrente. Leo. Inscripciones de números enfilados en mi contra. La puta gorda bebe un refresco amarillo y aumenta su grasa corpórea. El imbécil está buscando cómo ascender y ganar más dinero.
Salgo.
Los árboles son cómplices de estas ruinas.
2.
Tienes una palabra al frente: "ausencia". Esta palabra rebota contra las esquinas de la página escrita. Se avienta rutinaria contra su mismidad y su sisma. La repito silenciosamente, alienada a la pared sucia de un espacio pequeño. ¿Por qué estoy aquí? Pienso con asombro; tal vez no esté aquí y no me había dado cuenta. Tomo el lápiz. Escribo en letras mayúsculas, abarcando toda la página blanca: AUSENCIA. Recuerdo tu rostro: es una imagen rápida, de esas que pasan como la fuga de las gaviotas en el mar. También recuerdo tu risa: amplia sobre la hoja en blanco con la palabra "ausencia", difusa entre los restos lapidarios sin la precisión de los nombres. Tus ojos verdes en la profundidad de estas dolencias matutinas, con su brillo espectral en clave refugio, al amparo de mi pensamiento esquizo.
3.
Alguien se levanta. Camina hacia la puerta. La puerta está cerrada. Cruje al abrirse. Me detengo ante la puerta, pero permanezco sin abrirla. Afuera, ¿quién está afuera?
4.
destruir para silenciar. para quitarte de los dedos la sangre y el dolor. destruir para comenzar. para que la tristeza, la nostalgia de perder, de tener, no sea más que tú aquí, entre los muertos...
miércoles, 18 de marzo de 2009
El imprescindible…
[…]
He aquí la estrella que pasa
Con tu respiración de fatigas lejanas
Con tus gestos y tu modo de andar
Con el espacio magnetizado que te saluda
Que nos separa con leguas de noche
Sin embargo te advierto que estamos cosidos
A la misma estrella
Estamos cosidos por la misma música tendida
De uno a otro
Por la misma sombra gigante agitada como árbol
Seamos ese pedazo de cielo
Ese trozo en que pasa la aventura misteriosa
La aventura del planeta que estalla en pétalos de
sueño
En vano tratarías de evadirte de mi voz
Y de saltar los muros de mis alabanzas
Estamos cosidos por la misma estrella
Estás atada al ruiseñor de las lunas
Que tiene un ritual sagrado en la garganta
Qué me importan los signos de la noche
Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi
pecho
Qué me importa el enigma luminoso
Los emblemas que alumbran el azar
Y esas islas que viajan por el caos sin destino a
mis ojos
Qué me importa ese miedo de flor en el vacío
Qué me importa el nombre de la nada
El nombre del desierto infinito
O de la voluntad o del azar que representan
Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de
oasis
O banderas de presagio y de muerte
Tengo una atmósfera propia en tu aliento
La fabulosa seguridad de tu mirada con sus cons-
telaciones íntimas
Con su propio lenguaje de semilla
Tu frente luminosa como un anillo de Dios
Más firme que todo en la flora del cielo
Sin torbellinos de universo que se encabrita
Como un caballo a causa de su sombra en el aire
Te pregunto otra vez
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?
Tengo esa voz tuya para toda defensa
Esa voz que sale de ti en latidos de corazón
Esa voz en que cae la eternidad
Y se rompe en pedazos de esferas fosforescentes
¿Qué sería de mi vida si no hubieras nacido?
Un cometa sin manto muriéndose de frío
Te hallé como una lágrima en un libro olvidado
Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho
Tu nombre hecho del ruido de palomas que se
vuelan
Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas
De un Dios encontrado en alguna parte
Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú
El pájaro de antaño en la clave del poeta
Sueño en un sueño sumergido
La cabellera que se ata hace el día
La cabellera al desatarse hace la noche
La vida se contempla en el olvido
Sólo viven tus ojos en el mundo
El único sistema planetario sin fatiga
Serena piel anclada en las alturas
Ajena a toda red y estratagema
En su fuerza de luz ensimismada
Detrás de ti la vida siente miedo
Porque eres la profundidad de toda cosa
El mundo deviene majestuoso cuando pasas
Se oyen caer lágrimas del cielo
Y borras en el alma adormecida
La amargura de ser vivo
Se hace liviano el orbe a tus espaldas
Mi alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos
(Reconozco ese ruido desde lejos)
Cuando las barcas zozobran y el río arrastra tron-
cos de árbol
Eres una lámpara de carne en la tormenta
Con los cabellos a todo viento
Tus cabellos donde el sol va a buscar sus mejores
sueños
Mi alegría es mirarte solitaria en el diván del
mundo
Como la mano de una princesa soñolienta
Con tus ojos que evocan un piano de olores
Una bebida de paroxismos
Una flor que está dejando de perfumar
Tus ojos hipnotizan la soledad
Como la rueda que sigue girando después de la
catástrofe
[…]
Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en
la montaña
[Huidobro. Altazor. CANTO II.]
He aquí la estrella que pasa
Con tu respiración de fatigas lejanas
Con tus gestos y tu modo de andar
Con el espacio magnetizado que te saluda
Que nos separa con leguas de noche
Sin embargo te advierto que estamos cosidos
A la misma estrella
Estamos cosidos por la misma música tendida
De uno a otro
Por la misma sombra gigante agitada como árbol
Seamos ese pedazo de cielo
Ese trozo en que pasa la aventura misteriosa
La aventura del planeta que estalla en pétalos de
sueño
En vano tratarías de evadirte de mi voz
Y de saltar los muros de mis alabanzas
Estamos cosidos por la misma estrella
Estás atada al ruiseñor de las lunas
Que tiene un ritual sagrado en la garganta
Qué me importan los signos de la noche
Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi
pecho
Qué me importa el enigma luminoso
Los emblemas que alumbran el azar
Y esas islas que viajan por el caos sin destino a
mis ojos
Qué me importa ese miedo de flor en el vacío
Qué me importa el nombre de la nada
El nombre del desierto infinito
O de la voluntad o del azar que representan
Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de
oasis
O banderas de presagio y de muerte
Tengo una atmósfera propia en tu aliento
La fabulosa seguridad de tu mirada con sus cons-
telaciones íntimas
Con su propio lenguaje de semilla
Tu frente luminosa como un anillo de Dios
Más firme que todo en la flora del cielo
Sin torbellinos de universo que se encabrita
Como un caballo a causa de su sombra en el aire
Te pregunto otra vez
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?
Tengo esa voz tuya para toda defensa
Esa voz que sale de ti en latidos de corazón
Esa voz en que cae la eternidad
Y se rompe en pedazos de esferas fosforescentes
¿Qué sería de mi vida si no hubieras nacido?
Un cometa sin manto muriéndose de frío
Te hallé como una lágrima en un libro olvidado
Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho
Tu nombre hecho del ruido de palomas que se
vuelan
Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas
De un Dios encontrado en alguna parte
Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú
El pájaro de antaño en la clave del poeta
Sueño en un sueño sumergido
La cabellera que se ata hace el día
La cabellera al desatarse hace la noche
La vida se contempla en el olvido
Sólo viven tus ojos en el mundo
El único sistema planetario sin fatiga
Serena piel anclada en las alturas
Ajena a toda red y estratagema
En su fuerza de luz ensimismada
Detrás de ti la vida siente miedo
Porque eres la profundidad de toda cosa
El mundo deviene majestuoso cuando pasas
Se oyen caer lágrimas del cielo
Y borras en el alma adormecida
La amargura de ser vivo
Se hace liviano el orbe a tus espaldas
Mi alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos
(Reconozco ese ruido desde lejos)
Cuando las barcas zozobran y el río arrastra tron-
cos de árbol
Eres una lámpara de carne en la tormenta
Con los cabellos a todo viento
Tus cabellos donde el sol va a buscar sus mejores
sueños
Mi alegría es mirarte solitaria en el diván del
mundo
Como la mano de una princesa soñolienta
Con tus ojos que evocan un piano de olores
Una bebida de paroxismos
Una flor que está dejando de perfumar
Tus ojos hipnotizan la soledad
Como la rueda que sigue girando después de la
catástrofe
[…]
Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en
la montaña
[Huidobro. Altazor. CANTO II.]
viernes, 20 de febrero de 2009
Remembranzas I (fragmentos)
*
Querido D:
Llevar. Llevar un día por la tarde este azul a cuestas, un azul difuso, contenido u opaco, un tanto tibio.
Anunciaba la esquiva y denostada forma nuestra. Estaba enojada por principio, anudando los colores en la bolsa.
Azul samótracico de restos, el veneno de la voz en nuestras muertas. Me subí al quinto piso a mirarla (¿era el tercero?).
No era de noche ni de día, tan sólo el ocaso abrumando los carteles de los circos.
Estaba vestida del mismo azul en otros planos. Caí en la cuenta de estar en un museo y entonces me acordé de Daniel y de cómo miramos con atención las esponjas en su libro. Samotracia estaba vestida con las esponjas, ésa era la cuestión. Las esponjas a su vez me recordaban:
los manchones de tinta de la novela de Boris Vian sobre la pared, móviles cuando el sol las rozaba en el transcurrir.
(Qué hermosa la lectura que hice de aquella novela, que te conté al oído una tarde calurosa).
Ahora me detengo en lo rojizo de las tardes, cuando mi ventana hace manchones aceitosos del día declinando. Melancolía hecha de surcos, atravesada por mi imaginación desbordada en los fragmentos. Tomo algunas fotografías: a palpar con las palabras el silencio. Derivan estos pedazos de imagen que se clavan
y revientan en amarillo las cosas que sobre todo no me gustan. Los pisapapeles de una historia que habla con los ecos de Satie, tardes arcoiris vueltas rastro, huella. Escritura ensimismada, retazos de humo y un tejido anaranjado que ahora aprendí a hacer. No-voy-a-la-esquina. Me encuentro los stenciles pintados en el gimnasio y Freud está bailando tap.
*
Querido C:
Nunca supe cómo terminaron las servilletas. Pero recuerdo puntualmente cómo las escribiste. Eran trozos de escritura entre tus restos. Figuraciones suspendidas y ángeles que hablaban con los papeles maltrechos. Indudablemente mi duda central es si las servilletas están aglutinadas en un baúl o el material se tiró a la basura. Tengo muchas dudas sobre la composición, sobre todo porque leo algo cada día en torno a ella. O tal vez porque todo perece. También porque todo indica que estamos en abril aunque apenas es febrero. Así como hemos cambiado, cambian los materiales... Al final, te escribo porque no sé si ya te fuiste. Hoy estoy particularmente nostálgica: me quema la belleza de las lilas y llevo meses escribiendo sin escribir.
Amagar a una taza de café esos momentos. Nuestros. Las palabras anacrónicas de sentido general como "amor".
Y derruir de exilios las cocinas. Las fiestas de antaño. Ha sido un gusto verte, esas fórmulas que siempre intercambiamos de país a país. Nosotros nunca nos despedimos, es mejor así... Tanto llanto innecesario en los aeropuertos, en las estaciones de tren... Hemos superado la juvenil creencia de que no nos volveremos a ver. Vuelvo a las servilletas:
1. Atajar un café
2. Hablar
3. Tomar una servilleta escribirle. ¡Escribidme!
Retazos infecciosos. Aire. Artaud en nuestros restos. Artaud nunca abúlico leyendo el nosotros. Los otros. Somos, éramos, los últimos agentes del frío. Es todo.
*
Querida J:
El asunto de las mancuspias es altamente interesante. También lo de las ardillas indefinidas. El sexo de las abejas y la bisexualidad cargante de los roedores. Todo un muestrario de historias inconexas pero íntimamente relacionadas. Nuestra conversación ilustrativa asumió su precariedad básica en torno a los animales. ¿Te conté que escribí un libro sobre gatos, perros y grillos? Ahora las mancuspias se adhieren a mi trazo. He pensado en ellas (son femeninas, estoy segura), con minuciosidad.
Habría que detenerse, sin embargo, en la tesitura de la palabra: "man-cus-pia", la hermosura de los sonidos cayendo bilabiales, infra-labiales en nuestro centro. Una palabra hermosa, de esas que se pegan como la plastilina en los dedos de los niños. Figuraciones entre las letras, eso es todo. Hay una serie de rasgos que llaman mi atención: ¿la mancuspia en el árbol, en los túneles, volando entre los cerros? Cualidad voladora in-volante. Recuerdo aquel amanecer en la mesa de la cocina. ¿Era 15 de septiembre? Te hablé del pájaro. Ya no sé si lloré (creo que sí), o si tan sólo evoqué la cuestión del pájaro como una hondonada deseante de mi interior adormecido. Esta conversación de las mancuspias me recordó, precisamente, aquella conversación matutina, a las seis de la mañana, sobre los pájaros. Estaba enamorada ¿recuerdas? Después comprendí que todo se desmoronaba y que todos cambiamos. Ya no pienso en el pájaro, no sé si soy menos infeliz que antes. Los pájaros y las mancuspias no me atormentan más. He aprendido que el placer es una mancuspia sobre el reloj.
Querido D:
Llevar. Llevar un día por la tarde este azul a cuestas, un azul difuso, contenido u opaco, un tanto tibio.
Anunciaba la esquiva y denostada forma nuestra. Estaba enojada por principio, anudando los colores en la bolsa.
Azul samótracico de restos, el veneno de la voz en nuestras muertas. Me subí al quinto piso a mirarla (¿era el tercero?).
No era de noche ni de día, tan sólo el ocaso abrumando los carteles de los circos.
Estaba vestida del mismo azul en otros planos. Caí en la cuenta de estar en un museo y entonces me acordé de Daniel y de cómo miramos con atención las esponjas en su libro. Samotracia estaba vestida con las esponjas, ésa era la cuestión. Las esponjas a su vez me recordaban:
los manchones de tinta de la novela de Boris Vian sobre la pared, móviles cuando el sol las rozaba en el transcurrir.
(Qué hermosa la lectura que hice de aquella novela, que te conté al oído una tarde calurosa).
Ahora me detengo en lo rojizo de las tardes, cuando mi ventana hace manchones aceitosos del día declinando. Melancolía hecha de surcos, atravesada por mi imaginación desbordada en los fragmentos. Tomo algunas fotografías: a palpar con las palabras el silencio. Derivan estos pedazos de imagen que se clavan
y revientan en amarillo las cosas que sobre todo no me gustan. Los pisapapeles de una historia que habla con los ecos de Satie, tardes arcoiris vueltas rastro, huella. Escritura ensimismada, retazos de humo y un tejido anaranjado que ahora aprendí a hacer. No-voy-a-la-esquina. Me encuentro los stenciles pintados en el gimnasio y Freud está bailando tap.
*
Querido C:
Nunca supe cómo terminaron las servilletas. Pero recuerdo puntualmente cómo las escribiste. Eran trozos de escritura entre tus restos. Figuraciones suspendidas y ángeles que hablaban con los papeles maltrechos. Indudablemente mi duda central es si las servilletas están aglutinadas en un baúl o el material se tiró a la basura. Tengo muchas dudas sobre la composición, sobre todo porque leo algo cada día en torno a ella. O tal vez porque todo perece. También porque todo indica que estamos en abril aunque apenas es febrero. Así como hemos cambiado, cambian los materiales... Al final, te escribo porque no sé si ya te fuiste. Hoy estoy particularmente nostálgica: me quema la belleza de las lilas y llevo meses escribiendo sin escribir.
Amagar a una taza de café esos momentos. Nuestros. Las palabras anacrónicas de sentido general como "amor".
Y derruir de exilios las cocinas. Las fiestas de antaño. Ha sido un gusto verte, esas fórmulas que siempre intercambiamos de país a país. Nosotros nunca nos despedimos, es mejor así... Tanto llanto innecesario en los aeropuertos, en las estaciones de tren... Hemos superado la juvenil creencia de que no nos volveremos a ver. Vuelvo a las servilletas:
1. Atajar un café
2. Hablar
3. Tomar una servilleta escribirle. ¡Escribidme!
Retazos infecciosos. Aire. Artaud en nuestros restos. Artaud nunca abúlico leyendo el nosotros. Los otros. Somos, éramos, los últimos agentes del frío. Es todo.
*
Querida J:
El asunto de las mancuspias es altamente interesante. También lo de las ardillas indefinidas. El sexo de las abejas y la bisexualidad cargante de los roedores. Todo un muestrario de historias inconexas pero íntimamente relacionadas. Nuestra conversación ilustrativa asumió su precariedad básica en torno a los animales. ¿Te conté que escribí un libro sobre gatos, perros y grillos? Ahora las mancuspias se adhieren a mi trazo. He pensado en ellas (son femeninas, estoy segura), con minuciosidad.
Habría que detenerse, sin embargo, en la tesitura de la palabra: "man-cus-pia", la hermosura de los sonidos cayendo bilabiales, infra-labiales en nuestro centro. Una palabra hermosa, de esas que se pegan como la plastilina en los dedos de los niños. Figuraciones entre las letras, eso es todo. Hay una serie de rasgos que llaman mi atención: ¿la mancuspia en el árbol, en los túneles, volando entre los cerros? Cualidad voladora in-volante. Recuerdo aquel amanecer en la mesa de la cocina. ¿Era 15 de septiembre? Te hablé del pájaro. Ya no sé si lloré (creo que sí), o si tan sólo evoqué la cuestión del pájaro como una hondonada deseante de mi interior adormecido. Esta conversación de las mancuspias me recordó, precisamente, aquella conversación matutina, a las seis de la mañana, sobre los pájaros. Estaba enamorada ¿recuerdas? Después comprendí que todo se desmoronaba y que todos cambiamos. Ya no pienso en el pájaro, no sé si soy menos infeliz que antes. Los pájaros y las mancuspias no me atormentan más. He aprendido que el placer es una mancuspia sobre el reloj.
miércoles, 28 de enero de 2009
pedazos
(Impreciso 1)
Silere enciende los huecos
de la luz o su vacío.
Las nubes blancas
opacan el sol difuso en los aviones.
No se puede encontrar
su sonrisa anaranjada
entre los artificios plásticos
tan blancos como las nubes.
Se fatigan los ojos en el silencio
de no saber de dónde vienes
ni a dónde vas
o por qué vas, con tanta seriedad,
si, en realidad, tú ibas a otro sitio.
*
Chequeo de maletas. Aborda un autobús.
Piçoas. Portugués escurre baba blanca. Resplandece
la luz en el destello impreciso de la invisibilidad.
Un paso en falso: enhabitar. Todo es posible.
Lisboa, sosegada en su austera calma, se repliega en su mutismo.
Entro en saudade. Nostalgia in/vacío.
Sé por qué estoy aquí, cuál es mi nombre.
El tránsito intravenoso de la nada
colorea mi cerebro esquizo en blanco.
Todo es silencio detrás del ruido.
*
Plasmas de vacío entre los ojos.
Caminar cuesta arriba, inderivando.
Especulo los ojos sin rumbo.
Perra vida que me trajo hacia la belleza (bulle, quema
mis dentelladas furiosas entre los lirios azules de mi muerte).
Subo
(infatigable).
Lisboa está vacía.
La atraviesan enormes avenidas con potros de nieve en las esquinas.
Qué calor el de esta tarde. Es verano.
Los copos alcanzan los edificios viejos, se incrustan entre sus redes
(hiedras blancas colorean la ruina).
Esplende la transparencia serena del sol derramado en redes múltiples.
Todo es blanco (mudo).
Silere enciende los huecos
de la luz o su vacío.
Las nubes blancas
opacan el sol difuso en los aviones.
No se puede encontrar
su sonrisa anaranjada
entre los artificios plásticos
tan blancos como las nubes.
Se fatigan los ojos en el silencio
de no saber de dónde vienes
ni a dónde vas
o por qué vas, con tanta seriedad,
si, en realidad, tú ibas a otro sitio.
*
Chequeo de maletas. Aborda un autobús.
Piçoas. Portugués escurre baba blanca. Resplandece
la luz en el destello impreciso de la invisibilidad.
Un paso en falso: enhabitar. Todo es posible.
Lisboa, sosegada en su austera calma, se repliega en su mutismo.
Entro en saudade. Nostalgia in/vacío.
Sé por qué estoy aquí, cuál es mi nombre.
El tránsito intravenoso de la nada
colorea mi cerebro esquizo en blanco.
Todo es silencio detrás del ruido.
*
Plasmas de vacío entre los ojos.
Caminar cuesta arriba, inderivando.
Especulo los ojos sin rumbo.
Perra vida que me trajo hacia la belleza (bulle, quema
mis dentelladas furiosas entre los lirios azules de mi muerte).
Subo
(infatigable).
Lisboa está vacía.
La atraviesan enormes avenidas con potros de nieve en las esquinas.
Qué calor el de esta tarde. Es verano.
Los copos alcanzan los edificios viejos, se incrustan entre sus redes
(hiedras blancas colorean la ruina).
Esplende la transparencia serena del sol derramado en redes múltiples.
Todo es blanco (mudo).
miércoles, 21 de enero de 2009
ESCRIBIR (Trozos, 2008, versión 477-b)
(cont.)
...Y así como me reconozco en la música, también me reconozco en la imagen. Leo los siguientes poemas inspirados en cuadros del expresionismo.
(caballo rojo)
en un campo inmenso
de nieve
atraviesa un caballo rojo
las pendientes
azota su melena
de fuego
contra la nada
(caballo azul)
una llama infinita
de tristeza inhumana
enciende el caballo azul
en un círculo amarillo
perplejo ante sí mismo
por su asombrosa palidez
Imágenes festivas y gozos extraordinarios los de la escritura que toma de cuadros, de sonidos, de imágenes cinematográficas, su materia prima, que se hace sola mientras el que escribe está hipnotizado cuando el libro al lado, el cuadro en la memoria, o el sonido de algún animal, muy lejos o cerca, palpitan sobre las palabras para que ellas conjuren a la poesía y la detengan sobre la hoja que, por fin, ya está escrita.
Fragmento 4
Inspiración
Rodin les decía a sus discípulos que el artista que trabaja siempre está inspirado. La escritura es un oficio, entre más se escribe, más se aprende. El trabajo del escritor es infinito, en ello radica el cansancio y el agotamiento, pero a la vez el gozo; la escritura nunca es rutinaria, es oficiosa, que es muy distinto. Y en la oficiosidad, el poeta encuentra su voz, su “alma” y a la vez la fiesta que representa el trabajo cotidiano. Palpo, enceguecida, la materia oscura que me reclama. La poesía indefinida se hilvana trazo a trazo en el duro pero gratificante aprendizaje. Anularse. Dejarla ajena al sí mismo es el primer golpe que he recibido, pero a la vez, uno de los más grandes placeres que la escritura otorga. Lo que escribo ya no me pertenece. No somos nada, nunca hemos sido.
Fragmento 5
Amistad
Tal vez los que más sufran son los amigos de alguien que escribe. Son ellos, quizá, los hacedores del poema. El poeta lo expulsa, pero los amigos son quienes enfrentan la poesía con la otredad, con su silencio o contra su grito. Quien te lee ya es tu amigo, ha perpetrado contigo la intimidad de la escritura misma, la ha tomado para sí, ahora es suya, mía y tuya. O quizá neutra: un todo sin todos, un nadie sin alguien. Después de todo ¿no es con los amigos con los que se festeja incluso el dolor? Leo un poema de Cuerpo donde exalto la amistad como uno de los espacios más vastos del que la poesía bebe:
Partíamos el pan en casa. En la tuya y en la mía. La risa no era un demonio en nuestra contra. Era un espacio azul o pequeño, no importaba. Era una casa. Un territorio nuestro: apto al abandono, al exilio de los cuerpos.
No temíamos la ira que cabalgaba en los establecimientos rojos de los cuerpos sin ojos. Eran miradas, las sujeciones caricias entre nuestros cojines adoquinados por el reconfortante calor de los cuerpos. Abrazo en brasas. Partíamos el pan y éramos Otros, nosotros, libres o esclavos, desposeídos de la particularidad indivisa del yo que, por fin, ya nunca hablaba. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)
Poemas de la amistad, surgidos de ella, por ella, en ella. El siguiente poema surgió de una conversación “festiva”, repleta de bromas, de risa (la piel dorada del mundo) con un amigo y se escribió con los retazos de su habla; un habla compartida, como lo es la poesía, un espacio abierto de todos y de nadie:
Tú me dijiste que había que sacarse las agujas de los ojos y asistir al trueno
de lo que nunca será verdadero. Yo escribía sobre ventanas nubladas y absortas en el verde de la soledad herida. Me saqué las agujas de los ojos para verte: eras tan hermoso que dolías. Me sequé de las manos las heridas, los laberintos en blanco de las ventanas sin saltar y la debilidad de la demora. El cuerpo se extinguía sobre tu rostro, para siempre el mío pero sin mí, sin ningún poder entre nosotros: los Otros. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)
Considero que en lo anterior reside aquella angustia que Kafka evocaba cuando leyó, entre sus amigos, “La condena”, porque es en esa lectura compartida, cuando siente el profundo placer y el gozo de enfrentar lo literario al otro. En esa “desposesión”, el Afuera de la obra de Kafka encuentra su punto de fuga y su verdadera realización. Para mí, leer a mis amigos y ser leída por ellos es lo que me permite despojar a la literatura de mi yoicidad y dejarla poseer su gozoso afuera.
Fragmento 6
Pureza
La experiencia propia en torno a lo literario es, sin duda, un espacio de gozo. La literatura no sólo se relaciona con escribir sino también con leer. Al leer volvemos a escribir. Entre estas dos actividades, que acostumbramos a pensar separadamente, hay una unión intrínseca. Quien lee vuelve a escribir la obra, a someterla a su murmullo ausente, a su oscilación infinita y vasta en el tiempo detenido. En la poesía, la lectura en voz alta retorna al poema a su origen, allí donde éste se repliega de la cronología y se suspende en el aire para anularse. Quizá en la lectura en voz alta, es cuando la poesía alcanza la pureza al no estar mediatizada por ningún instrumento. En ella, el ritmo hace una fiesta entre los presentes, juguetea con el lenguaje, lo avienta como serpentinas o fuegos artificiales a los espectadores. Cuando Pura López Colomé lee sus poemas en voz alta, se cierran los ojos y se asiste a la voz lejana que invoca el ritmo, la cadencia armoniosa del sentido que, instantáneamente, se abre ante el escucha. Para evocar esta pureza y convocar a la poesía como Pura dice, voy a compartir algunos poemas, los más recientes que he escrito.
De Contramundos.
*
El aire de julio
es un animal feroz que se pasea
como un veneno.
Deja su estela gris
en la incomodidad de los nombres y
en la materia azul de la miseria.
El viento despega las hojas de
los cuadernos y las azota, impasible,
contra sí mismas.
Las palabras ríen o yo río
a carcajadas entre los pedazos
de mi nombre, de mi fracaso, de mi impaciencia.
Los trozos silenciosos del aire viajan,
mudos, terribles, azotándose.
Animal fragmentario que avienta sus pedazos
contra mi cuerpo. Cuerpo animal, aire animal:
ira terrible.
*
Era preciso el pensamiento de los lobos,
una armadura nuclear contra la desaparición.
Era razonable el virus sobre las palabras
cuando no te queda más, más que decirte.
Es razonable ser un despojo
un material en blanco
sin tierra ni memoria.
Es necesario creer que tenemos nombres,
que me distingue esto que hago delante del papel.
Es necesario creer que la vida, es esto que hago aquí
aullar contra mi muerte.
No vencerás el combate contra la muerte en tu eterna animalidad: aullando.
Contra/aúllar, contra mis sienes, hacia tu muerte.
Y, para terminar, para dejarlos con el sabor de la festividad poética, voy a leer dos poemas que me sumergen en el gozo y en la fiesta, pero también en el erotismo del lenguaje. Seguramente, no lo haré como lo harían sus autores, pero estoy convencida de que al leerlos los escribiré nuevamente, junto a ustedes, que pacientemente escuchan y convocan a la poesía que hoy, nos abre sus puertas.
(Ben Clark. Los hijos de los hijos de la ira)
Es cierto, el silencio se creó
el día en que ni tú ni yo escuchábamos,
un día que sin duda fue un domingo
-o un lunes, tanto da-
y comprábamos pollo
-siempre comprando pollo-
y en la cola dijiste exactamente
nada,
y yo en correspondencia contesté
precisamente nada,
y fue tanta la nada que hizo cola
que llegamos a casa y nos dijimos
nada, muy despacito,
para que se entendiera sin equívocos
que juntos inventamos el silencio.
Y que aparte del precio de un paquete
de arroz y de un cadáver macilento,
hacerlo no nos había costado
nada.
(Coral Bracho. El ser que va a morir)
”En la humedad cifrada”
Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila
de quien se impregna (de quien
emerge,
de quien se extiende saturado,
recorrido
de esperma) en la humedad
cifrada (suave oráculo espeso; templo)
en los limos, embalses tibios, deltas,
de su origen; bebo
(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas
lascivas –cieno bullente- landas)
los designios musgosos, tus savias densas
(parva de lianas ebrias) Huelo
en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,
en tus selvas untuosas,
las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;
(ábside fértil) Toco
en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros en tu fragua
envolvente: los indicios
(Abro
a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) Oigo
en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios
-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:
las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),
los hervideros.
...Y así como me reconozco en la música, también me reconozco en la imagen. Leo los siguientes poemas inspirados en cuadros del expresionismo.
(caballo rojo)
en un campo inmenso
de nieve
atraviesa un caballo rojo
las pendientes
azota su melena
de fuego
contra la nada
(caballo azul)
una llama infinita
de tristeza inhumana
enciende el caballo azul
en un círculo amarillo
perplejo ante sí mismo
por su asombrosa palidez
Imágenes festivas y gozos extraordinarios los de la escritura que toma de cuadros, de sonidos, de imágenes cinematográficas, su materia prima, que se hace sola mientras el que escribe está hipnotizado cuando el libro al lado, el cuadro en la memoria, o el sonido de algún animal, muy lejos o cerca, palpitan sobre las palabras para que ellas conjuren a la poesía y la detengan sobre la hoja que, por fin, ya está escrita.
Fragmento 4
Inspiración
Rodin les decía a sus discípulos que el artista que trabaja siempre está inspirado. La escritura es un oficio, entre más se escribe, más se aprende. El trabajo del escritor es infinito, en ello radica el cansancio y el agotamiento, pero a la vez el gozo; la escritura nunca es rutinaria, es oficiosa, que es muy distinto. Y en la oficiosidad, el poeta encuentra su voz, su “alma” y a la vez la fiesta que representa el trabajo cotidiano. Palpo, enceguecida, la materia oscura que me reclama. La poesía indefinida se hilvana trazo a trazo en el duro pero gratificante aprendizaje. Anularse. Dejarla ajena al sí mismo es el primer golpe que he recibido, pero a la vez, uno de los más grandes placeres que la escritura otorga. Lo que escribo ya no me pertenece. No somos nada, nunca hemos sido.
Fragmento 5
Amistad
Tal vez los que más sufran son los amigos de alguien que escribe. Son ellos, quizá, los hacedores del poema. El poeta lo expulsa, pero los amigos son quienes enfrentan la poesía con la otredad, con su silencio o contra su grito. Quien te lee ya es tu amigo, ha perpetrado contigo la intimidad de la escritura misma, la ha tomado para sí, ahora es suya, mía y tuya. O quizá neutra: un todo sin todos, un nadie sin alguien. Después de todo ¿no es con los amigos con los que se festeja incluso el dolor? Leo un poema de Cuerpo donde exalto la amistad como uno de los espacios más vastos del que la poesía bebe:
Partíamos el pan en casa. En la tuya y en la mía. La risa no era un demonio en nuestra contra. Era un espacio azul o pequeño, no importaba. Era una casa. Un territorio nuestro: apto al abandono, al exilio de los cuerpos.
No temíamos la ira que cabalgaba en los establecimientos rojos de los cuerpos sin ojos. Eran miradas, las sujeciones caricias entre nuestros cojines adoquinados por el reconfortante calor de los cuerpos. Abrazo en brasas. Partíamos el pan y éramos Otros, nosotros, libres o esclavos, desposeídos de la particularidad indivisa del yo que, por fin, ya nunca hablaba. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)
Poemas de la amistad, surgidos de ella, por ella, en ella. El siguiente poema surgió de una conversación “festiva”, repleta de bromas, de risa (la piel dorada del mundo) con un amigo y se escribió con los retazos de su habla; un habla compartida, como lo es la poesía, un espacio abierto de todos y de nadie:
Tú me dijiste que había que sacarse las agujas de los ojos y asistir al trueno
de lo que nunca será verdadero. Yo escribía sobre ventanas nubladas y absortas en el verde de la soledad herida. Me saqué las agujas de los ojos para verte: eras tan hermoso que dolías. Me sequé de las manos las heridas, los laberintos en blanco de las ventanas sin saltar y la debilidad de la demora. El cuerpo se extinguía sobre tu rostro, para siempre el mío pero sin mí, sin ningún poder entre nosotros: los Otros. (“El otro cuerpo”. Cuerpo)
Considero que en lo anterior reside aquella angustia que Kafka evocaba cuando leyó, entre sus amigos, “La condena”, porque es en esa lectura compartida, cuando siente el profundo placer y el gozo de enfrentar lo literario al otro. En esa “desposesión”, el Afuera de la obra de Kafka encuentra su punto de fuga y su verdadera realización. Para mí, leer a mis amigos y ser leída por ellos es lo que me permite despojar a la literatura de mi yoicidad y dejarla poseer su gozoso afuera.
Fragmento 6
Pureza
La experiencia propia en torno a lo literario es, sin duda, un espacio de gozo. La literatura no sólo se relaciona con escribir sino también con leer. Al leer volvemos a escribir. Entre estas dos actividades, que acostumbramos a pensar separadamente, hay una unión intrínseca. Quien lee vuelve a escribir la obra, a someterla a su murmullo ausente, a su oscilación infinita y vasta en el tiempo detenido. En la poesía, la lectura en voz alta retorna al poema a su origen, allí donde éste se repliega de la cronología y se suspende en el aire para anularse. Quizá en la lectura en voz alta, es cuando la poesía alcanza la pureza al no estar mediatizada por ningún instrumento. En ella, el ritmo hace una fiesta entre los presentes, juguetea con el lenguaje, lo avienta como serpentinas o fuegos artificiales a los espectadores. Cuando Pura López Colomé lee sus poemas en voz alta, se cierran los ojos y se asiste a la voz lejana que invoca el ritmo, la cadencia armoniosa del sentido que, instantáneamente, se abre ante el escucha. Para evocar esta pureza y convocar a la poesía como Pura dice, voy a compartir algunos poemas, los más recientes que he escrito.
De Contramundos.
*
El aire de julio
es un animal feroz que se pasea
como un veneno.
Deja su estela gris
en la incomodidad de los nombres y
en la materia azul de la miseria.
El viento despega las hojas de
los cuadernos y las azota, impasible,
contra sí mismas.
Las palabras ríen o yo río
a carcajadas entre los pedazos
de mi nombre, de mi fracaso, de mi impaciencia.
Los trozos silenciosos del aire viajan,
mudos, terribles, azotándose.
Animal fragmentario que avienta sus pedazos
contra mi cuerpo. Cuerpo animal, aire animal:
ira terrible.
*
Era preciso el pensamiento de los lobos,
una armadura nuclear contra la desaparición.
Era razonable el virus sobre las palabras
cuando no te queda más, más que decirte.
Es razonable ser un despojo
un material en blanco
sin tierra ni memoria.
Es necesario creer que tenemos nombres,
que me distingue esto que hago delante del papel.
Es necesario creer que la vida, es esto que hago aquí
aullar contra mi muerte.
No vencerás el combate contra la muerte en tu eterna animalidad: aullando.
Contra/aúllar, contra mis sienes, hacia tu muerte.
Y, para terminar, para dejarlos con el sabor de la festividad poética, voy a leer dos poemas que me sumergen en el gozo y en la fiesta, pero también en el erotismo del lenguaje. Seguramente, no lo haré como lo harían sus autores, pero estoy convencida de que al leerlos los escribiré nuevamente, junto a ustedes, que pacientemente escuchan y convocan a la poesía que hoy, nos abre sus puertas.
(Ben Clark. Los hijos de los hijos de la ira)
Es cierto, el silencio se creó
el día en que ni tú ni yo escuchábamos,
un día que sin duda fue un domingo
-o un lunes, tanto da-
y comprábamos pollo
-siempre comprando pollo-
y en la cola dijiste exactamente
nada,
y yo en correspondencia contesté
precisamente nada,
y fue tanta la nada que hizo cola
que llegamos a casa y nos dijimos
nada, muy despacito,
para que se entendiera sin equívocos
que juntos inventamos el silencio.
Y que aparte del precio de un paquete
de arroz y de un cadáver macilento,
hacerlo no nos había costado
nada.
(Coral Bracho. El ser que va a morir)
”En la humedad cifrada”
Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila
de quien se impregna (de quien
emerge,
de quien se extiende saturado,
recorrido
de esperma) en la humedad
cifrada (suave oráculo espeso; templo)
en los limos, embalses tibios, deltas,
de su origen; bebo
(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas
lascivas –cieno bullente- landas)
los designios musgosos, tus savias densas
(parva de lianas ebrias) Huelo
en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,
en tus selvas untuosas,
las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;
(ábside fértil) Toco
en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros en tu fragua
envolvente: los indicios
(Abro
a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) Oigo
en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios
-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:
las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),
los hervideros.
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