jueves, 31 de mayo de 2007

Ubi sunt?

cuando niña los buitres rondaban los pinos. estaban sentados hieráticos en los bordes
mirándose con sorna y con la risa asfixiante de los payasos. recuerdo cuando mi madre me cogía de la mano y me arrastraba hacia la escuela y la mañana sórdida se prendía de mi gesto congestionado de leche

estaba con las manos bien limpias entonces. allí se me metió un dolor bien hondo entre los dientes. una esquina suicida que subía hasta la cabeza. una mancha grande en mi corazón pequeño

las espinas cercaron los parques
las odiseas preciosas
las olas más grandes

estaba yo mirando la continuidad del mundo y de mi vida como un ave que pasa y hace estrepitar el silencio veladamente

las lagartijas tornasoles
tostaban los bancos
las lágrimas breves
los horizontes desiertos

¿dónde está la cuchara y la comida del día
el amor primero
el caballo blanco?

¿dónde está el vestidito azul del falso de arlequín fastuoso que llenaba mis sueños
y el ataúd brutal que aparecía en las falsas ventanas?

después me subí a las enramadas
y escalé hasta lo más alto
miré el afuera desde arriba
en soberbia comunión con el vacío

pensé en mi vida como templo profanado, hinchado de estertores y lamentos como una cueva escondida que aguardaba mi oráculo viejo

¿dónde está Muriel el mago con sus sueños de aeronauta, con su brújula y su estrella, con su paracaídas de inquietud? ¿dónde están la misericordia, las cositas pequeñas, los papeles quemados, el amor atlético de plastilina? ¿dónde está el hipócrita que me volteó la cara, la comodidad de antaño, la ligereza de la superficie?
porque uno se acostumbra a pensar en sus antiguas jaulitas, en las cajitas llenas de palabritas huecas, en las porquerías de escuela y en las castraciones de las palabras blancas. ¿qué más me da el tejido y la plata falsa si estoy sentada en mi escritorio, escribiendo inconexa mis palabras? ¿dónde están mis poemas, mis cuadernos viejos, mi aplastante implosión ensimismada?
están sin estar en lo negado. en lo que ya fue escrito y me repele. en todas esas cosas que he pensado de mí misma. en las preguntas que nunca vuelven a dormirse. están en la luna y en la lengua de todos los que, tibios, me han amado sin reservas, de los que se han sentado a escucharme, a mirarme a la cara para no cederme la locura y la horca
mis caballos están aquí y en la puerta. en mi escritorio volador que oscila. en el tiempo cuando miro la pregunta estrellarse contra la angustia, los nervios ociosos y la paradoja eterna. qué bueno encontrarse de pronto, en una noche seca que pasa. en una noche de pino que revienta como lo posible atravesada con los dardos de lo más hondo. en mi ceguera se me escapa, en mi boca revienta, todo eso que se reúne de pronto, que se encarama como una historia perdida, como un punto de fuga, como un espectral paraíso. ¿dónde están mis muertas? pregunto. y mi pájaro locomotora despierta cantando en la cocina

lunes, 14 de mayo de 2007

La palabra esencial

los prismas de la mirada avientan
al pozo pequeñas figuras de estanque
se extinguen con la mirada evasiva
en los disueltos trozos de vidrio

todo nace en el instante

el mundo gira y da vueltas y la palabra

la palabra contenida, en el afuera, atraviesa
la palabra violencia y desastre
sustrae, despoja, delimita
todo aquello que se ve
cuando se nace

en la mierda, en los sueños oscuros, en las personas sin mirada
el habla recorre la posibilidad opaca
el tenue sentido computado para ser

espiral evasiva de vacío profundo
fonema del errar
de la voluntad incalculable

eros con su punzante dardo clava
penetra
lo no-dicho
lo que ya no pertenece
esa nada del afuera
ese poema por escribir
que aguarda las noches


la palabra muerte
regresa peligrosa
en las esquinas
en el viento humillante de
lo que no es
ni será
nunca

la palabra muerte
espectral, como sirena
recoge todo aquello que
el ser no-es


borrado el escritor escribe
tibio el escritor escribe
nocturno el escritor escribe
la tierra engendra lucha
palabra círculo no vicioso
palabra hombre grande

sin nombre
sin edad
sin nada

escritor ola
sin juego
sin contradicción
sin enfermedad
sin miedo
¡palabra! Derrida ¡palabra!

domingo, 6 de mayo de 2007

NIEVE

La nieve empezó a caer a medianoche. Y es verdad
que donde se está mejor es sentado en la cocina
aunque sea la cocina del insomnio.
Allí hace calor, te preparas algo, bebes vino
y miras por la ventana la eternidad familiar.
Por qué ibas a torturarte por saber si nacimiento y muerte
son sólo puntos,
puesto que la vida no es una línea recta.
Por qué ibas a atormentarte al ver el calendario
y a preocuparte por el valor que está en juego.
¿Y por qué ibas a admitir que no tienes
ni para zapatos para Saskia?
¿Y por qué ibas a envanecerte
de que sufres más que los demás?

Aunque en la tierra no existiera el silencio
ese nevar lo habría inventado ya en su sueño.
Estás solo. Ningún gesto. Nada de qué hacer gala.

Vladimir Holan
“Dolor”

[Para mí]

lunes, 30 de abril de 2007

El impostor

Amaneció con esos calambres extraños de cuando no se duerme. Me subí al automóvil, después de haber transitado el túnel yo sola. Estás junto a mí mirando; vamos juntos hacia donde y justamente saldrá el sol. Estoy segura que eres tú y no el otro. Pero tu voz suena distinto, como si, quebrada por el esfuerzo por haber caminado, por haber desbarrado en las aceras y por subir con ahínco la cuesta, las vocales se distendieran con estupidez de tu boca. ¿Por qué llueve tanto? Te pregunto azorada, más dormida que despierta, mirando hacia delante cómo el agua se estrella contra el suelo. Tú no dices nada; estás abstraído en tu ventana, pensando en mí y en la lluvia. ¿Cómo nos perdimos tanto? Porque desde que todo esto empezó, tú y yo, vamos con esa cuerda roja a algún sitio. Luego, la cuerda se rompió y fui a buscarte con otras personas, en otros carteles, en otras fiestas. En otras ciudades. Has regresado hasta mí, siempre con tu faro travieso que navega todos los mares. Estamos juntos. Atravesando esta lluvia que cae ruidosa, que atraviesa brillante; el camino carretera que implota ante su contacto. Qué dulce ha sido escucharte, después de tanto. Después de ese odio que minaba, que daba vueltas en nuestros eternos círculos. Ahora, siento el tibio enroscarse de la cuerda en mi cintura como un gato que duerme en mis piernas. Te miro, estás distinto. Tus ojos verdes tienen un estanque pequeñito en el centro. Agua, todo es agua. ¿Por qué llueve tanto? Te pregunto como si una sirena se estrellará en mis oídos destrozándolos. Mencionas tu cuento del encuentro. Citas párrafos enteros, lees de memoria; y encuentras cómo buscas, cómo te atormentaba encontrar, destrozar, destripar. Cierro los ojos, pero estoy manejando. –Pero, si estoy borracho, -dices fuertemente, con tu voz aguda. Te miro, eres tú. Una vez más y para siempre. Déjame ayudarte con tu mudanza. Déjame que prenda tu cigarro. Deja que te lleve hacia dónde voy, aunque aún no lo tengo claro. Déjame que recuerde cuando éramos niños y jugábamos a “perdernos en el caos, en las fronteras y en lo disuelto que era todo”. Recuerdo: cuando en el retiro corríamos entre los árboles viejos, cuando hablabas entusiasmado de tus sueños, de todas esas cosas; que me partían el corazón y lo reintegraban hacia nuestra historia. Una historia triste con sus grandes destellos. Un destino. Una cosa que pasa. Que pasa los conceptos, los consejos, las vibraciones de la tierra. Te espero desde siempre, desde verte, decías. Aún no dejan de palpitar tus palabras, las palabras que dejabas oscilar en nuestro péndulo, entre el dolor de tenernos o no. Escucharte, estamos juntos, vamos hacia el mismo lugar. Tenemos las mismas muertas, de un lado y del otro. No creo más esa sucia dialéctica del perdón. La dialéctica del perdón se convirtió en una del esfuerzo. Me calma, me calma escuchar tu voz suave, muy pero muy suave, en el teléfono, siempre es cálida; pase lo que pase, siempre lo es. Compartimos una historia, un destino en común. Te puedes ir, me puedo ir, pero la cuerda, el parque, las muertas: son de los dos. Amanece, estamos dormidos por no haber dormido, observamos el horizonte una vez que hemos llegado, hay ángeles en el cielo –si así llamamos a los rayos del sol que hacen brillar el concreto gris–, vamos caminando y oliendo la lluvia de esa mañana de encuentro. ¿A dónde vamos? ¿Estamos? Estamos.

sábado, 21 de abril de 2007

punto

Corro por las calles del centro. Corro junto a los niños que en la madrugada espantan a los pájaros dormidos con sus patadas de pelota neuronal. Corro con el viento nocturno del verano veneno de las catedrales más viejas. Corro sin detenerme y mi cara se estrella contra el viento, contra los asientos traseros, contra las esquinas desiertas. Corro probando a qué sabe mi saliva, a qué sabe cuando cierro los ojos, a qué sabe cuando me pienso. Corro estirando los brazos y olvidando las piernas. Arriba el techo muy, pero muy alto, dispara las luces de la ciudad que revienta departamentos estrechos. Corro mirando y sin mirar. La gente sale de los sitios, de los bares, de las casas, de los cementerios. Yo sigo corriendo; corriendo sin parar. Mi corazón, mi corazón está implotando, reventando, escamoteando-se para aguantar: válvula de escapes inciertos, burbuja espinosa que florece, armazón vivo de laberintos arteriales inexplicables. Hay unos caballos en la esquina, con los gendarmes encima hieráticos. Paso junto a ellos, airosa, corriendo. Qué ganas de montarme al caballo y subir hasta la luna. Qué ganas de hablarte por teléfono ahora, de oír tu voz tibia. Pero estoy corriendo; corriendo como alma que lleva el diablo, sin vírgenes ni dioses ni hospitales. Estoy corriendo y se me ha olvidado llamar a casa, se me han olvidado los cuentos, el viejo y el mar y la licuadora. Voy siguiendo mi estrella, persiguiendo mi alma. Mi toda yo completa, mi pequeña flor y mi pequeño pájaro resguardado en lo que nunca es. Voy corriendo, volando los escaparates de muñecas preciosas y las joyas de los reyes. Esquivando a los astronautas uniformados, a las falsedades enemigas de los desconocidos que miran con sus ojos desorbitados. Ya no tengo miedo, pienso. Ya no tengo. Hoy, que voy corriendo, no tengo. Qué ganas de hablarte por teléfono y lanzarme contigo corriendo al centro


[Para mi pequeña estrella
que habló de la "disociación"]

lunes, 16 de abril de 2007

FRISO ULTRAISTA

Un clamor concéntrico,
estremece a los espectadores,
de nervios velivolantes,
y en el vértice multiédrico
del lumínico haz triangular,
se refractan miles de miradas dardeantes.
¡Oh, el vibrar multánime de la pantalla cinemática!

Cabalgata de figuras adamitas

posesas de vértigo giróvago

en las praderas equinocciales.


(Guillermo de Torre)
[vivan las vanguardias y el cine: "horizonte paróxico", "subterránea locomotora", "pasión aurífera"]

martes, 10 de abril de 2007

espejo

en el centro que no es nuestro; entre todas esas cosas tiradas al borde de la caja blanca, lo contenido en el fondo se retuerce dulcemente hacia la mano pasiva. la semana transcurre con su sonido de resortera, estrepitando en manchitas que en los ojos se vuelven negras. en las salas quirúrgicas el olor se pega a las paredes con su metálica y acostumbrada sorna. no sé si confiar en las aguas donde nunca se nada. he vuelto a leer el confuso texto de Thomas; su rostro oscuro retumba con nuevos significados que no tienen nada que ver con la fe. la mirada, la mirada mutila, encierra, vuelve opacas las palabras antes claras: las palabras equivocadas. un espejo que se comprende cuando hay movimiento y habla. en donde los chinos, la luz amarillenta se pega a las bombillas rojas; espectral canto que me orilla a escribir en servilletas como mi amigo. no se escribe si se piensa en eso: en la bombilla, en la quirúrgica, en la oscilación quejumbrosa del malherido. las palabras rebotan pero me estoy mirando en los espejos, en los lentes y en los microscopios. estoy vacilando en la cuerda de mis propias cajas, las cajas paralizan los libros escasos que intentan hablar. correo: la maldición del desdichado. escribimos que extrañamos esos días de claridad y de fingida alegría. correo: voladores que se estrellan. parabrisas descosido: tallereo. desentrañando los símbolos llegamos: al punto en que la mirada perdida se concentra, al punto en el que hablamos en los parques. "los caballos lloran" escribí hace poco. escribí con mi tinta atlética de espectro asustado. no se desea más que el canto. una esperanza toda ella muda. mujer que revienta las escaleras con sus botitas que pierde en los trenes. películas que tiemblan con peces en el cielo. la caída se retarda, se retarda dolorosamente contra el sueño. es un barco. allá, más allá, el horizonte rechina con su locomotora vieja. con su anteojo desorbitado y oracular. los rayos apenas si tocan el borde. celebremos el fragmento de nuestros héroes, entonces.

viernes, 30 de marzo de 2007

Paloma

Viene la paloma. Viene. Gravita. Oscila. Quiebra. Mis ojos, mis oídos leen una carta; viene la paloma: ésa. Las cosas se van en burbujas.
Las palomas vienen. Interrogan.

domingo, 25 de marzo de 2007

Gravitación

Víbora
deporte línea alerta
hablas
mascullas autobús experimental
de asientos estúpidos
escribir
lo que se venga a la cabeza
de ancestro perdido
de poema en salsa
de pendejadas
me explota el nervio computacional
qué putos los comentarios de mis poemas
qué putos todos los que me hablan
es que uno no se enamora
ni de caballos ni de animales alados
uno se enamora del ojo
de ese ojo de elefante tonto
tontote
ah, qué puta me he vuelto



deporte línea alerta
trenes y micro partículas
de una noche de central
me vale madres el metro
los zapatos azules
la cara del anhelo
estoy detenida
disuelta en las notas eléctricas
que también las luces extienden
desorbitadas en la música de los autos

me fijo en las paradojas de los letreros
de esta ciudad desierta que nunca me ha caído bien
me gusta su música estúpida
e inserto
en los edificios horribles
la sombra espectral de mi deseo
mi palabra tibia que detiene
lo que en mi cabeza
no encuentra un lugar apropiado
para quejarme o regocijarme
en todas esas cositas
que como fluvial
destrozan lo que alcanzo
con mi mezquino raciocinio


ah, qué puta me he vuelto
en el mal sentido del término
en la terminación nerviosa de
lo desconocido
en la música de alerta
en la culerez del clima
tengo unas amigas
¿las tengo?
están vestidas con sus zapatos azules
y en el metro
cómo duelen las noches
en que no te acuerdas
de todo lo bueno que nunca eres capaz de escribir. Dile a mi madre que se vaya a la mierda. A la poesía que ya no la quiero. Dile a mi revista que reviente e implote o no, y a mis maestros que soy profundamente infeliz. Hoy es un día suave. Uno de esos donde la cabeza se limpia sola, donde le dices esas cosas pequeñitas y sosas. Es domingo. Tengo. Tengo que hacer. Que ir. Que leer. Que escribir. Tengo que razonar y aplastar mi podrido corazón contra el concreto.

viernes, 16 de marzo de 2007

divagaciones

Las consideraciones que cualquier persona tiene sobre sí misma son, desgraciadamente, siempre dudosas. Al ser de esta manera, la posible consideración que podamos tener sobre un otro es, decididamente, atrozmente infiel con respecto a cualquier parámetro supuestamente "real". Hoy en día, el podernos separar de las cosas y personas a las cuales nos encontramos "afectivamente" ligados, es, sin duda, uno de nuestros supuestos más grandes asideros existenciales. Es evidente, sin embargo, o al menos así me lo parece, que lo que podríamos llamar "un contacto verdadero" y "auténtico" con el otro, es casi una imposibilidad –salvo, desde luego, sus notables excepciones-. Nos necesitamos los unos a los otros: es cierto, pero ¿cuán real es ese contacto? ¿Esa autenticidad? En fin..., ¿ese verdadero afecto?
Muchas veces el contacto con los otros, fuera del ejercicio impuesto por una moral que señaliza ciertas normas estándares de comportamiento, se traduce en el conocidísimo correlato sujeto-objeto, como simple objetivación del hecho de estar entre otros. A menudo, sin embargo, no concientizamos el hecho de formar parte de una colectividad. Las numerosas relaciones interpersonales están dominadas por ese desconocimiento de la otredad. No es una cuestión simple, ha sido abordada desde fenómenos culturales complejos y desde múltiples teorías psicológicas. Tampoco podemos asegurar que hoy es peor que ayer. Podemos, eso sí, relativizar el problema en múltiples temas muy precisos y vastos en su propia complejidad, por ejemplo, el amor, la amistad, etc. Me interesa, sin embargo, puntualizar que, en realidad, justamente es el cuestionamiento sobre lo auténtico y sobre el contacto, el que abre, al menos para mí, una brecha que habría que observar; y, más precisamente, una brecha que las personas observan desde sí mismas. Lejos de encerrar el problema en una cuestión puramente 'comunicativa', me resulta indispensable el planteo de la problemática en términos humanos. Son cuestiones que María Zambrano, Elías Canneti, Sigmund Freud, y casi todos los teóricos y escritores que conozco han planteado de una forma u otra. Desde el campo de la literatura, hasta la filosofía más racionalista, el 'otro' o la concepción de 'lo otro' permea sigilosa y a veces sin respuestas todo lo que se ha dicho ya. Pero poniéndonos en términos más terrenos diré que existe una voluntad hacia lo otro; que nosotros mismos nos dirigimos al otro en una inicial y 'salvaje' relación de necesidad. ¿Cómo se convierte esa mera y tosca necesidad en una dimensión afectiva -donde consecuentemente diríamos que existe el contacto y la autenticidad-? No hay una respuesta precisa para ello, y menos porque justamente allí, abrimos los parajes de una gama infinita de sentimientos humanos. Podemos decir, sin embargo, que lo importante es comenzar a pensar en ello: comenzar a pensar dónde se gesta esa afectividad y cómo podemos relacionarla con la autenticidad y el contacto con los otros.
Decididamente, al respecto, mi consideración empieza por mí, hacia mí, en un movimiento que, después, irradia hacia lo otro. Pero si yo empiezo a dudar de mí, esa duda se extiende negativa hacia el resto. La opacidad es una cuestión que se genera con ese velo que generamos los unos con los otros. La duda, el desconcierto, el miedo. Quizás y solamente a partir de la transparencia podamos tener un acercamiento distinto, de apertura, de movimiento hacia afuera y verdaderamente. Y quizás sólo así, comience a germinar la autoconsciencia de un otro a partir del yo. El estudioso francés Paul Ricoeur -como tantísimos otros-, siempre se complace en la afirmación -muy hermenéutica por cierto y desde luego-, que veo lo otro a través de mí; trasladado al campo de lo humano comprendemos un poco sobre lo mutable de la acción humana. Podemos ver la misma acción repetida una y mil veces en el otro, pero yo, nosotros, siempre estaremos en puntos bien distintos observándola como algo que, simplemente, cambia. A veces es un espejo, a veces es el miedo, otras lo extraño o lo incomprensible. Tal vez y al final, lo auténtico radique en esa visión que parte del yo hacia lo otro. La afectividad ya es cosa bien distinta; pero, de una forma u otra, al menos yo, la identifico con lo auténtico quizás justamente en un sentido de transparencia. Cierro: ¿es inaudita la transparencia en los senderos de la acción, en la contemplación del otro?

lunes, 5 de marzo de 2007

la experiencia del error

Estoy en un punto. De pie en un punto cualquiera. A mi alrededor hay una explanada donde el movimiento se dispersa atómico en múltiples direcciones. Si cambio mi posición, si camino, si volteo, si miro, el movimiento de todo lo otro se vuelve enteramente subjetivo. Los que se van alejando de mí están llegando a su vez a otro punto, los que vienen pronto se irán si vuelvo a moverme. La distancia entre los cuerpos es enteramente subjetiva; todo cambia en un instante: los colores, las formas, las personas. Hay, por consiguiente, un sólo instante presente: único, instantáneo, absurdo..., estúpido casi, que termina inmediatamente para dar cabida al siguiente y al siguiente (que todavía ¡no es un pasado total!), sino una suerte de presente prolongado, obtuso en su incensatez pero completamente verdadero y "único". Ese presente, irrepetible e irremediable a la vez, me hace canjear ángulos infinitos con todas las cosas que me rodean; la percepción alucinante en su seca e infranqueable verdad se inserta en lo que soy yo: aquí, por primera vez y desde siempre. En esta explanada que está diciendo todo lo que pudo decir, sólo cabe preguntar: ¿Estoy en una especie de ensueño? No, estoy haciendo el mundo inteligible.

(Este breve párrafo es parte del plagio al que diariamente acudimos para escribir. Véase a profundidad: Einstein, Husserl, Euclides, San Agustín... etc.)

viernes, 16 de febrero de 2007

ojo

Para K



te insertas mutilante en mis resquicios. con tu mirada tibia recorriendo minuciosamente la tarde calurosa
tu ojo izquierdo se dilata lentamente
acariciando
las hojas de los árboles que están más allá de las ferias y los circos penetras, incisivo, todos esos pequeños pensamientos silenciosos
esas minucias paradojales de fingidos arqueólogos
esas vocecitas mustias que escapan de los asfixiantes contornos


las navajas continúan ascendiendo
con su triste afiladero de tijera
pero un horizonte abierto e inflexible
se le escapa a la retina
un horizonte de círculos extendidos entre todo esto desierto
un paraje poblado de pequeñas lucecillas amarillas
está cantando el ojo
está cantando

me inserto mutilante en tus resquicios, simulando comprender lo que sucede
lo que yace tranquilo en la pupila, en ese mar abierto que me ofreces
cuando aprieto tu mirada contra la mía
me acerco a ti como a la estrella
como al oráculo despierto que ilumina
este pensamiento minúsculo que nos atrapa
infinito, en los más terribles días

el ojo frágil descansa en mi mirada
mientras muy lejos los surtidores arquean el viento
y lo hacen trizas
la pupila se me clava en las ideas, en las palabras
en el cuerpo que se extiende placentero a recordarte
en la mano que toca
en el vientre que arde

tu ojo penetra mis tardes sencillas, mi casa vacía y en el silencio, el mundo se vuelve habitable

martes, 13 de febrero de 2007

"Las olas envidiosas se hinchan a los lados para borrar mi huella"

las olas envidiosas se hinchan
se enroscan sobre los cuerpos que saltan
camino sobre la arena y me acerco
soy ola, solamente
huella borrada

sábado, 10 de febrero de 2007

sin encuentros

el miedo engrosa como alfiler las escaleras. muerdes la manzana. te sientas frente a mí y observas. estás atento a mi cara, a mi casa, a mis cosas. puedes ser tú o ella. hablas o escupes: la parafernalia del inseguro, el temblor de tierra, la aguda sentencia marsupial del caído. trato de encontrar algo de 'cinismo' en todo ello. más bien es que cuando nos sentamos frente al otro pareciera que estamos dentro de él. una especie de fusión extraña. hay una interferencia, sin embargo, es una serpiente que retuerce todo eso que está entre nosotros. estamos en una película, en una mala obra..., esto es una malabroma. estás con tu rostro lunático mirando. la ventana se cierne sobre nosotros. hay palabras entre nosotros, se podría decir, que aunadas a las miradas, son todo lo que hay. ¿cómo es que te decides a querer desde allí, desde tu butaca de simple espectador? yo, por mi parte, bajo la locura del sueño o del ensueño, nunca se sabe, pienso que tú y ella son hermosísimos, en realidad; pero lejos de aquella comunión de la que hablan los poetas cuando remiten al origen -desde la imposibilidad más imposible-, esto no es cosmicidad. Hay miradas, dice Milán, se podría decir que es todo lo que hay.

martes, 6 de febrero de 2007

NARVAL

El canto de los unicornios despierta, ya muy tarde, los coléricos retazos de las noches de pelea. Si se trata de objetofobias, de gritos muy lejanos, de sueños indeseables, de pensamientos obtusos, se despierta una parálisis a manera de muro. Narval recorre, en silencio, con su tridente espectacular, los asuntos indeseables. Una reina llama a Narval para que acaricie sus pies con el ungüento. La sal se retuerce entre los dedos; líquido seminal que abarca, que encierra, que delimita todo eso limítrofe; las cabezas destazadas de los pulgares y los medios. También aparece en sus sueños. En el laberinto de las palabras que se quedan y animan las fantasías de los reinos.
Narval
estás saltando entre las olas: ya no hay tiempo
y en tu rostro magnífico y perlado se estrellan todas esas palabras que no podemos decir. Aquello que aguarda, diminuto, en la boca diminuta de ese rostro más bien nuevo. Con tu cuerno de faro despiertas la oscuridad y el silencio que implotan. Te estamos observando a lo lejos, guiándonos por tus breves maullidos de sirena sedosa, equidistante, iluminada. ¿Es que acaso no estás cansado de alumbrar paralelos y cornisas elipsoidales? ¿No estás cansado de estrellarte contra los libros, contra la imaginación del escriba, contra mi pensamiento? Narval, en tu cuerno cálido, en tu aceite prolífico, en tu ojo avisor de estrella, van surcando los remolinos del agua que simplemente distienden. La reina esperará en su habitación, en su cama. Narval en los sueños de ola, en los pies que juegan con las olas. En las palabras que se quedan en los libros, en la poesía que se dice sin contarse, en el retorcido estertor del pecho Narval enciende la mecha de los días del canto.

lunes, 5 de febrero de 2007

¿CAJA NEGRA?

vas volando
volando sin detenerte
hasta la implosión de todas esas cosas
que
arden
ríete, nadadora, ríete
allá en lo más oscuro de ti aquí
las palabras se te estampan en la cara
ESTO ES UNA CAJA
CAJA DE ESTAMPAS
¡a la puta!

CAJAS DE VOLADORES, GOLONDRINAS



Que nuestros muertos nos celebren el plagio
Amén